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Pio XII
Mystici corporis Christi

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CRISTO, "CABEZA DEL CUERPO"

15. En segundo lugar, se prueba que este Cuerpo místico, que es la Iglesia, lleva el nombre de Cristo, por el hecho de que El ha de ser considerado como su Cabeza. El -dice San Pablo - es la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia43. El es la cabeza, partiendo de la cual todo el Cuerpo, dispuesto con debido orden, crece y se aumenta, para su propia edificación44.

Bien conocéis, Venerables Hermanos, con cuán convincentes argumentos han tratado de este asunto los Maestros de la Teología Escolástica, y principalmente el Angélico y común Doctor; y sabéis perfectamente que los argumentos por él aducidos responden fielmente a las razones alegadas por los Santos Padres, los cuales, por lo demás, no hicieron otra cosa que referir y con sus comentarios explicar la doctrina de la Sagrada Escritura.

a) por razón de excelencia

Nos place, sin embargo, para común utilidad, tratar aquí sucintamente de esta materia. Y en primer lugar, es evidente que el Hijo de Dios y de la Bienaventurada Virgen María se debe llamar, por la singularísima razón de su excelencia, Cabeza de la Iglesia. Porque la Cabeza está colocada en lo más alto. Y ¿quién está colocado en más alto lugar que Cristo Dios, el cual, como Verbo del Eterno Padre, debe ser considerado como primogénito de toda criatura?45. ¿Quién se halla en más elevada cumbre que Cristo hombre, que, nacido de una Madre inmune de toda mancha, es Hijo verdadero y natural de Dios, y por su admirable y gloriosa resurrección, con la que se levantó triunfador de la muerte, es primogénito de entre los muertos?46. ¿Quién, finalmente, está colocado en cima más sublime que Aquel que como único... mediador de Dios y de los hombres47 junta de una manera tan admirable la tierra con el cielo; que, elevado en la Cruz como en un solio de misericordia, atrajo todas las cosas a sí mismo48; y que, elegido -de entre infinitos millares - Hijo del Hombre, es más amado por Dios que todos los demás hombres, que todos los ángeles y que todas las cosas creadas?49.

b) por razón de gobierno

16. Pues bien: si Cristo ocupa un lugar tan sublime, con toda razón es el único que rige y gobierna la Iglesia; y también por este título se asemeja a la cabeza. Ya que, para usar las palabras de San Ambrosio, así como la cabeza es la ciudadela regia del cuerpo50, y desde ella, por estar adornada de mayores dotes, son dirigidos naturalmente todos los miembros a los que está sobrepuesta para mirar por ellos51, así el Divino Redentor rige el timón de toda la sociedad cristiana y gobierna sus destinos. Y, puesto que regir la sociedad humana no es otra cosa que conducirla al fin que le fue señalado con medios aptos y rectamente52, es fácil ver cómo nuestro Salvador, imagen y modelo de buenos Pastores53, ejercita todas estas cosas de manera admirable.

Porque El, mientras moraba en la tierra, nos instruyó, por medio de leyes, consejos y avisos, con palabras que jamás pasarán, y serán para los hombres de todos los tiempos espíritu y vida54. Y, además, concedió a los Apóstoles y a sus sucesores la triple potestad de enseñar, regir y llevar a los hombres hacia la santidad; potestad que, determinada con especiales preceptos, derechos y deberes, fue establecida por El como ley fundamental de toda la Iglesia.

arcano y extraordinario

17. Pero también directamente dirige y gobierna por sí mismo el Divino Salvador la sociedad por El fundada. Porque El reina en las mentes y en las almas de los hombres y doblega y arrastra hacia su beneplácito aun las voluntades más rebeldes. El corazón del rey está en manos del Señor; lo inclinará adonde quisiere55. Y con este gobierno interior, no solamente tiene cuidado de cada uno en particular, como pastor y obispo de nuestras almas56; sino que, además, mira por toda la Iglesia, ya iluminando y fortaleciendo a sus jerarcas para cumplir fiel y fructuosamente los respectivos cargos, ya también suscitando del seno de la Iglesia, especialmente en las más graves circunstancias, hombres y mujeres eminentes en santidad, que sirvan de ejemplo a los demás fieles para el provecho de su Cuerpo místico. Añádase a esto que Cristo desde el Cielo mira siempre con particular afecto a su Esposa inmaculada, desterrada en este mundo; y cuando la ve en peligro, ya por sí mismo, ya por sus ángeles57, ya por Aquella que invocamos como Auxilio de los Cristianos, y por otros celestiales abogados, la libra de las oleadas de la tempestad, y, tranquilizado y apaciguado el mar, la consuela con aquella paz que supera a todo sentido58.

visible y ordinario

Ni se ha de creer que su gobierno se ejerce solamente de un modo invisible59 y extraordinario, siendo así que también de una manera patente y ordinaria gobierna el Divino Redentor, por su Vicario en la tierra, a su Cuerpo místico. Porque ya sabéis, Venerables Hermanos, que Cristo Nuestro Señor, después de haber gobernado por sí mismo durante su mortal peregrinación a su pequeña grey60, cuando estaba para dejar este mundo y volver a su Padre, encomendó el régimen visible de la sociedad por El fundada al Príncipe de los Apóstoles. Ya que, sapientísimo como era, de ninguna manera podía dejar sin una cabeza visible el cuerpo social de la Iglesia que había fundado. Ni para debilitar esta afirmación puede alegarse que, a causa del Primado de jurisdicción establecido en la Iglesia, este Cuerpo místico tiene dos cabezas. Porque Pedro, en fuerza del primado, no es sino el Vicario de Cristo, por cuanto no existe más que una Cabeza primaria de este Cuerpo, es decir, Cristo; el cual, sin dejar de regir secretamente por sí mismo a la Iglesia -que, después de su gloriosa Ascensión a los cielos, se funda no sólo en El, sino también en Pedro, como en fundamento visible -, la gobierna, además, visiblemente por aquel que en la tierra representa su persona. Que Cristo y su Vicario constituyen una sola Cabeza, lo enseñó solemnemente Nuestro predecesor Bonifacio VIII, de i. m., por las Letras Apostólicas Unam sanctam61; y nunca desistieron de inculcar lo mismo sus Sucesores.

Hállanse, pues, en un peligroso error quienes piensan que pueden abrazar a Cristo, Cabeza de la Iglesia, sin adherirse fielmente a su Vicario en la tierra. Porque, al quitar esta Cabeza visible, y romper los vínculos sensibles de la unidad, oscurecen y deforman el Cuerpo místico del Redentor, de tal manera, que los que andan en busca del puerto de salvación no pueden verlo ni encontrarlo.

18. Y lo que en este lugar Nos hemos dicho de la Iglesia universal, debe afirmarse también de las particulares comunidades cristianas tanto orientales como latinas, de las que se compone la única Iglesia Católica: por cuanto ellas son gobernadas por Jesucristo con la palabra y la potestad del Obispo de cada una. Por lo cual los Obispos no solamente han de ser considerados como los principales miembros de la Iglesia universal, como quienes están ligados por un vínculo especialísimo con la Cabeza divina de todo el Cuerpo -y por ello con razón son llamados partes principales de los miembros del Señor62-, sino que, por lo que a su propia diócesis se refiere, apacientan y rigen como verdaderos Pastores, en nombre de Cristo, la grey que a cada uno ha sido confiada63; pero, haciendo esto, no son completamente independientes, sino que están puestos bajo la autoridad del Romano Pontífice, aunque gozan de jurisdicción ordinaria, que el mismo Sumo Pontífice directamente les ha comunicado. Por lo cual han de ser venerados por los fieles como sucesores de los Apóstoles por institución divina64, y más que a los gobernantes de este mundo, aun los más elevados, conviene a los Obispos, adornados como están con el crisma del Espíritu Santo, aquel dicho: No toquéis a mis ungidos65.

Por lo cual Nos sentimos grandísima pena cuando llega a Nuestros oídos que no pocos de Nuestros Hermanos en el Episcopado, sólo porque son verdaderos modelos del rebaño66, y por defender fiel y enérgicamente, según su deber, el sagrado depósito de la fe67 que les fue encomendado; sólo por mantener celosamente las leyes santísimas, esculpidas en los ánimos de los hombres, y por defender, siguiendo el ejemplo del supremo Pastor, la grey a ellos confiada, de los lobos rapaces, no sólo tienen que sufrir las persecuciones y vejaciones dirigidas contra ellos mismos, sino también -lo que para ellos suele ser más cruel y doloroso - las levantadas contra las ovejas puestas bajo sus cuidados, contra sus colaboradores en el apostolado, y aun contra las vírgenes consagradas a Dios. Nos, considerando tales injurias como inferidas a Nos mismo, repetimos las sublimes palabras de Nuestro Predecesor, de i. m., San Gregorio Magno: Nuestro honor es el honor de la Iglesia universal; Nuestro honor es la firme fortaleza de Nuestros hermanos; y entonces Nos sentimos honrados de veras, cuando a cada uno de ellos no se le niega el honor que le es debido68.

c) por la mutua necesidad

19. Mas no por esto se vaya a pensar que la Cabeza, Cristo, al estar colocada en tan elevado lugar, no necesita de la ayuda del Cuerpo. Porque también de este místico Cuerpo cabe decir lo que San Pablo afirma del organismo humano: No puede decir... la cabeza a los pies: no necesito de vosotros69. Es cosa evidente que los fieles necesitan del auxilio del Divino Redentor, puesto que El mismo dijo: Sin mí nada podéis hacer70; y, según el dicho del Apóstol, todo el crecimiento de este Cuerpo en orden a su desarrollo proviene de la Cabeza, que es Cristo71. Pero a la par debe afirmarse, aunque parezca completamente extraño, que Cristo también necesita de sus miembros. En primer lugar, porque la persona de Cristo es representada por el Sumo Pontífice, el cual, para no sucumbir bajo la carga de su oficio pastoral, tiene que llamar a participar de sus cuidados a otros muchos, y diariamente tiene que ser apoyado por las oraciones de toda la Iglesia. Además, nuestro Salvador, como no gobierna la Iglesia de un modo visible, quiere ser ayudado por los miembros de su Cuerpo místico en el desarrollo de su misión redentora. Lo cual no proviene de necesidad o insuficiencia por parte suya, sino más bien porque El mismo así lo dispuso para mayor honra de su Esposa inmaculada. Porque, mientras moría en la Cruz, concedió a su Iglesia el inmenso tesoro de la redención, sin que ella pusiese nada de su parte; en cambio, cuando se trata de la distribución de este tesoro, no sólo comunica a su Esposa sin mancilla la obra de la santificación, sino que quiere que en alguna manera provenga de ella. Misterio verdaderamente tremendo y que jamás se meditará bastante, el que la salvación de muchos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del Cuerpo místico de Jesucristo, dirigidas a este objeto, y de la cooperación que Pastores y fieles -singularmente los padres y madres de familia - han de ofrecer a nuestro Divino Salvador.

A las razones expuestas para probar que Cristo Nuestro Señor es Cabeza de su Cuerpo social, hemos de añadir ahora otras tres, íntimamente ligadas entre sí.

d) por la semejanza

20. Comencemos por la mutua conformidad que existe entre la Cabeza y el Cuerpo, puesto que son de la misma naturaleza. Para lo cual es de notar que nuestra naturaleza, aunque inferior a la angélica, por la bondad de Dios supera a la de los ángeles: Porque Cristo, como dice Santo Tomás, es la cabeza de los ángeles. Porque Cristo es superior a los ángeles, aun en cuanto a la humanidad... Además, en cuanto hombre, ilumina a los ángeles e influye en ellos. Pero, si se trata ya de naturalezas, Cristo no es cabeza de los ángeles, porque no asumió la naturaleza angélica, sino -según dice el Apóstol - la del linaje de Abraham72. Y no solamente asumió Cristo nuestra naturaleza, sino que, además, en un cuerpo frágil, pasible y mortal se ha hecho consanguíneo nuestro. Pues si el Verbo se anonadó a sí mismo tomando la forma de esclavo73, lo hizo para hacer participantes de la naturaleza divina a sus hermanos según la carne74, tanto en este destierro terreno por medio de la gracia santificante, cuanto en la patria celestial por la eterna bienaventuranza. Por esto el Hijo Unigénito del Eterno Padre quiso hacerse hombre, para que nosotros fuéramos conformes a la imagen del Hijo de Dios75 y nos renovásemos según la imagen de Aquel que nos creó76. Por lo cual, todos los que se glorían de llevar el nombre de cristianos, no sólo han de contemplar a nuestro Divino Salvador como un excelso y perfectísimo modelo de todas las virtudes, sino que, además, por el solícito cuidado de evitar los pecados y por el más esmerado empeño en ejercitar la virtud, han de reproducir de tal manera en sus costumbres la doctrina y la vida de Jesucristo, que cuando apareciere el Señor sean hechos semejantes a El en la gloria, viéndole tal como es77.

Y así como quiere Jesucristo que todos los miembros sean semejantes a El, así también quiere que lo sea todo el Cuerpo de la Iglesia. Lo cual, en realidad, se consigue cuando ella, siguiendo las huellas de su Fundador, enseña, gobierna e inmola el divino Sacrificio. Ella, además, cuando abraza los consejos evangélicos, reproduce en sí misma la pobreza, la obediencia y la virginidad del Redentor. Ella, por las múltiples y variadas instituciones que son como adornos con que se embellece, muestra en alguna manera a Cristo, ya contemplando en el monte, ya predicando a los pueblos, ya sanando a los enfermos y convirtiendo a los pecadores, ya, finalmente, haciendo bien a todos. No es, pues, de maravillar que la Iglesia, mientras se halla en esta tierra, padezca persecuciones, molestias y trabajos, a ejemplo de Cristo.

e) por la plenitud

21. Es también Cristo Cabeza de la Iglesia, porque, al sobresalir El por la plenitud y perfección de los dones celestiales, su Cuerpo místico recibe algo de aquella su plenitud. Porque -como notan muchos Santos Padres - así como la cabeza de nuestro cuerpo mortal está dotada de todos los sentidos, mientras que las demás partes de nuestro organismo solamente poseen el sentido del tacto, así de la misma manera todas las virtudes, todos los dones, todos los carismas que adornan a la sociedad cristiana resplandecen perfectísimamente en su Cabeza, Cristo. Plugo [al Padre] que habitara en El toda plenitud78. Brillan en El los dones sobrenaturales que acompañan a la unión hipostática: puesto que en El habita el Espíritu Santo con tal plenitud de gracia, que no puede imaginarse otra mayor. A El ha sido dada potestad sobre toda carne79; en El están abundantísimamente todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia80. Y posee de tal modo la ciencia de la visión beatífica, que tanto en amplitud como en claridad supera a la que gozan todos los bienaventurados del Cielo. Y, finalmente, está tan lleno de gracia y santidad, que de su plenitud inexhausta todos participamos81.

f) por el influjo

22. Estas palabras del discípulo predilecto de Jesús, Nos mueven a exponer la última razón por la cual se muestra de una manera especial que Cristo Nuestro Señor es la Cabeza de su Cuerpo místico. Porque así como los nervios se difunden desde la cabeza a todos nuestros miembros, dándoles la facultad de sentir y de moverse, así nuestro Salvador derrama en su Iglesia su poder y eficacia, para que con ella los fieles conozcan más claramente y más ávidamente deseen las cosas divinas. De El se deriva al Cuerpo de la Iglesia toda la luz con que los creyentes son iluminados por Dios, y toda la gracia con que se hacen santos, como El es santo.

Cristo ilumina a toda su Iglesia; lo cual se prueba con casi innumerables textos de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres. A Dios nadie jamás le vio; el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer82. Viniendo de Dios como maestro83, para dar testimonio de la verdad84, de tal manera ilustró a la primitiva Iglesia de los Apóstoles, que el Príncipe de ellos exclamó: ¿Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna85; de tal manera asistió a los Evangelistas desde el cielo, que escribieron, como miembros de Cristo, lo que conocieron como dictándoles la Cabeza86. Y aun hoy día es para nosotros, que moramos en este destierro, autor de nuestra fe, como será un día su consumador en la patria celestial87. El infunde en los fieles la luz de la fe: El enriquece con los dones sobrenaturales de ciencia, inteligencia y sabiduría a los Pastores y a los Doctores, y principalmente a su Vicario en la tierra, para que conserven fielmente el tesoro de la fe, lo defiendan con valentía, lo expliquen y corroboren piadosa y diligentemente; El, por fin, aunque invisible, preside e ilumina a los Concilios de la Iglesia88.

23. Cristo es autor y causa de santidad. Porque no puede obrarse ningún acto saludable que no proceda de El como de fuente sobrenatural. Sin mí, nada podéis hacer89. Cuando por los pecados cometidos nos movemos a dolor y penitencia, cuando con temor filial y con esperanza nos convertimos a Dios, siempre procedemos movidos por El. La gracia y la gloria proceden de su inexhausta plenitud. Todos los miembros de su Cuerpo místico y, sobre todo, los más importantes reciben del Salvador dones constantes de consejo, fortaleza, temor y piedad, a fin de que todo el cuerpo aumente cada día más en integridad y en santidad de vida. Y cuando los Sacramentos de la Iglesia se administran con rito externo, El es quien produce el efecto interior en las almas90. Y, asimismo, El es quien, alimentando a los redimidos con su propia carne y sangre, apacigua los desordenados y turbulentos movimientos del alma; El es el que aumenta las gracias y prepara la gloria a las almas y a los cuerpos. Y estos tesoros de su divina bondad los distribuye a los miembros de su Cuerpo místico, no sólo por el hecho de que los implora como hostia eucarística en la tierra y glorificada en el Cielo, mostrando sus llagas y elevando oraciones al Eterno Padre, sino también porque escoge, determina y distribuye para cada uno las gracias peculiares, según la medida de la donación de Cristo91. De donde se sigue que, recibiendo fuerza del Divino Redentor, como de manantial primario, todo el cuerpo trabajo y concertado entre sí recibe por todos los vasos y conductos de comunicación, según la medida correspondiente a cada miembro, el aumento propio del cuerpo, para su perfección, mediante la caridad92.




43 Col. 1, 18.



44 Cf. Eph. 4, 16 coll. Col. 2, 19.



45 Col. 1, 15.



46 Col. 1, 18; Apoc. 1, 5.



47 1 Tim. 2, 5.



48 Cf. Io. 12, 32.



49 Cf. Cyr. Alex. Comm. in Io. 1, 4 PG 73, 69; Th. 1, 20, 4 ad 1.



50 Hexaem. 6, 55 PL 14, 265.



51 Cf. Aug. De agone christ. 20, 22 PL 40, 301.



52 Cf. Th. 1, 22, 1-4.



53 Cf. Io. 10, 1-18; Pet. 5, 1-5.



54 Cf. Io. 6, 63.



55 Prov. 21, 1.



56 Cf. 1 Pet. 2, 25.



57 Cf. Act. 8, 26; 1-19; 10, 1-7; 12, 3-10.



58 Phil. 4, 7.



59 Cf. Leo XIII Satis cognitum: A.S.S. 28, 725.



60 Luc. 12, 32.



61 Cf. Corp. Iur. Can. Extr. comm. 1, 8, 1.



62 Greg. M. Moral. 14, 35, 43 PL 75, 1062.



63 Conc. Vat. Const. de Eccl. c. 3.



64 Cf. C.I.C. can. 329, 1.



65 1 Par. 16, 22; Ps. 104, 15.



66 Cf. 1 Pet. 5, 3.



67 Cf. 1 Tim. 6, 20.



68 Cf. ep. ad Eulogium, 30 PL 77, 933.



69 1 Cor. 12, 21.



70 Io. 15, 5.



71 Cf. Eph. 4, 16; Col. 2, 19.



72 Comm. in ep. ad Eph. c. 1, lect. 8; Hebr. 2, 16-17.



73 Phil. 2, 7.



74 Cf. 2 Pet. 1, 4.



75 Cf. Rom. 8, 29.



76 Cf. Col. 3, 10.



77 Cf. 1 Io. 3, 2.



78 Col. 1, 19.



79 Cf. Io. 17, 2.



80 Col. 2, 3.



81 Cf. Io. 1, 14-16.



82 Cf. Io. 1, 18.



83 Cf. Io. 3, 2.



84 Cf. 18, 37.



85 Cf. Io. 6, 68.



86 Cf. Aug. De cons. evang. 1, 35, 54 PL 34, 1070.



87 Cf. Heb. 12, 2.



88 Cf. Cyr. Alex., ep. 55 de Symb. PG 77, 293.



89 Cf. Io. 15, 5.



90 Cf. Th. 3, 64, a. 3.



91 Eph. 4, 7.



92 Eph. 4, 16; cf. Col. 2, 19.






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