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Pio XII Mystici corporis Christi IntraText CT - Texto |
27. Nuestra exposición en torno a la Cabeza mística108 quedaría incompleta, si no tratáramos, siquiera brevemente, de aquel texto del Apóstol: Cristo es la Cabeza de la Iglesia: El es el Salvador de su Cuerpo109. Porque con estas palabras se indica su última razón por la que el Cuerpo de la Iglesia se honra con el nombre de Cristo, a saber: que Cristo es el Salvador divino de este Cuerpo. El, con toda justicia, fue llamado por los samaritanos Salvador del mundo110; más aún, sin ninguna vacilación debe ser llamado Salvador de todos, aunque con San Pablo hay que añadir: mayormente de los fieles111. Es decir, que con preferencia sobre los demás adquirió con su sangre aquellos sus miembros que constituyen la Iglesia112. Pero, habiendo expuesto ya estas cosas cuando anteriormente hemos tratado del nacimiento de la Iglesia en la Cruz, de Cristo dador de la luz y causa de la santidad y de él mismo como sustentador de su Cuerpo místico, no hay por qué las explanemos más largamente, sino más bien meditémoslas con ánimo humilde y atento, dando gracias incesantes a Dios. Y lo que nuestro Salvador incoó un día, cuando estaba pendiente de la Cruz, no deja de hacerlo constantemente y sin interrupción en la patria bienaventurada: Nuestra Cabeza -dice San Agustín - intercede por nosotros: a unos miembros los recibe, a otros los azota, a unos los limpia, a otros los consuela, a otros los crea, a otros los llama, a otros los vuelve a llamar, a otros los corrige, a otros los reintegra113. Y a Cristo debemos prestar ayuda en esta obra salvadora todos nosotros, pues de uno mismo y por uno mismo recibimos la salvación y la damos114.