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Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia
Carta sobre función pastoral de los museos eclesiásticos

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43. El disfrute en el conjunto del territorio

A través del museo eclesiástico se pueden poner en marcha iniciativas para promover el reconocimiento de los bienes culturales que existen en el territorio. Para ello es oportunosuscitar momentos de encuentro entre creyentes y no creyentes, fieles y pastores, usuarios y artistas; sensibilizar a las familias para que se transformen en un lugar de educación para el arte cristiano y para la comprensión de los valores que este transmite; e interesar a los jóvenes por la cultura de la memoria y la historia del cristianismo.

El museo eclesiástico, por su naturaleza, está en estrecha conexión con el territorio en el que se desarrolla una particular misión pastoral, ya que recoge lo que proviene del mismo para ofrecerlo de nuevo a los fieles a través del doble itinerario de la memoria histórica y del disfrute estético. El museo eclesiástico, además de ser un "lugar eclesial", es también un "lugar territorial", porque la fe se incultura en cada uno de los ambientes. Los materiales usados para la producción de las múltiples obras hacen referencia a contextos naturales precisos; los edificios producen un indudable impacto ambiental; los artistas y los que encargan las obras están vinculados a las tradiciones que se desarrollan en un lugar determinado; los mismos contenidos de las obras se inspiran y responden a las necesidades conectadas con el hábitat en el que se desarrolla la comunidad cristiana.
Conjuntos monumentales, obras de arte, archivos y bibliotecas están condicionados por el territorio y se refieren a él. Además, el museo eclesiástico no es un lugar separado, sino en continuidad física y cultural con el ambiente circundante.

El museo eclesiástico, como consecuencia, no es ajeno a los demás lugares eclesiales que pertenecen a un territorio determinado. Todos tienen la misma finalidad pastoral y, en su diversa tipología, mantienen una relación orgánica y diferenciada. Esta continuidad viene confirmada por la mens de la Iglesia con relación a los bienes culturales puestos al servicio de su misión. Tales bienes entran en un discurso único, por lo que de iure están coordinados entre sí y, de facto, deben expresar esta unidad en su conjunto y diversidad. Por su parte, el museo recoge y ordena los bienes histórico-artísticos haciendo visible la referencia al conjunto del territorio y a la estructura eclesial.

El museo eclesiástico, con referencia al territorio, desarrolla varias funciones. En primer lugar se sitúa la tradicional de realizar una "recopilación conservadora" de cuanto proviene de las zonas donde se han desarrollado las Iglesias locales individualmente y que por varios motivos ya no puede permanecer in loco (dificultad de vigilancia, procedencia desconocida de las piezas, alienaciones o destrucción de los lugares originarios, deterioro de las estructuras de procedencia, peligro sísmico o de otras calamidades naturales). Se añaden, no obstante, otras funciones que deben ser tomadas en atenta consideración en la realización del proyecto del museo eclesiástico.
La colocación de las piezas tiene que hacer evidente la historia de una determinada porción de la Iglesia. La estructura del museo debe referirse a todo el territorio eclesiástico, por lo que debe poner todo lo que contiene en conexión con los lugares de procedencia. Para poder hacer evidente la relación de continuidad entre el pasado y el presente, el museo eclesiástico debe ser la memoria estable de la historia de una comunidad cristiana y, al mismo tiempo, está llamado a acoger las manifestaciones ocasionales de carácter contemporáneo conectadas con la acción de la Iglesia.

Todas estas funciones sugieren, cuando sea posible, la contribución de las nuevas tecnologías multimediales, capaces de presentar virtual, sistemática y visualmente la íntima conexión del museo con el territorio del que provienen los bienes que contiene. En este sentido, el concepto de museo eclesiástico se define como un museo integrado y difundido. Estas acepciones comportan estructuras policéntricas con referencia a las cuales el museo diocesano desarrolla la función de coordinación. En torno a ellas pueden así circular los tesoros de la catedral y los bienes culturales del cabildo; las colecciones de los santuarios, monasterios, conventos, basílicas, cofradías; las colecciones de las iglesias parroquiales y de los demás lugares eclesiásticos; todos los conjuntos monumentales con las obras que los componen; los eventuales lugares arqueológicos. De este modo se crea una red que conecta dinámicamente el museo diocesano con los demás polos museísticos, y el conjunto de los bienes culturales eclesiásticos con el conjunto del territorio.

El museo diocesano, en particular, cumple una tarea peculiar, ya que pone de relieve la unidad y la organización de los bienes culturales de la Iglesia particular. En él debería estar el inventario de todo el patrimonio histórico-artístico de la diócesis. Con paneles de fácil lectura deberían ser contextualizados los bienes conservados y los demás bienes presentes en la circunscripción eclesiástica. Con instrumentos científicos se debería poder acceder al inventario y a la catalogación del patrimonio histórico-artístico de la zona (al menos a lo que se considera de uso público). Se pone así en marcha un sistema que ofrece las razones de la obra de la inculturación de la fe en el territorio; que reúne toda la actividad de la Iglesia local destinada a la producción de los bienes culturales idóneos para su misión; que pone de relieve la importancia cultural y espiritual del depósito de la memoria; que estimula el sentido de pertenencia de la colectividad a través de la herencia transmitida por cada una de las generaciones; que favorece soluciones de tutela y la investigación científica; que se abre para acoger las creaciones contemporáneas, para poder de este modo demostrar la vitalidad y la dimensión pastoral de los bienes culturales de la Iglesia presentes en cada una de las realidades en las que se ha difundido el mensaje cristiano.

El museo diocesano, en este sentido, se asimila a un centro cultural de gran importancia, ya que ha sido fundado sobre el depósito histórico-artístico que caracteriza y reúne a toda la comunidad cristiana. Junto a él está la catedral, que es un patrimonio vivo que alberga en su interior un museo-tesoro, estructuras y obras funcionales para las múltiples necesidades celebrativas y organizativas. Así, también las parroquias, los santuarios, los monasterios, los conventos, las cofradías son lugares que poseen obras que custodian en su interior o en un museo central (con la garantía de la reutilización en circunstancias particulares). También el laboratorio de restauración y las oficinas técnicas deben estar en conexión con este centro diocesano para ser introducidas en el conjunto vital de la Iglesia particular. La conservación se reduce, por lo tanto, a uno de los aspectos de la obra de valoración en la que se encuentra a la cabeza el museo diocesano. Las obras de arte, los adornos, las decoraciones, las vestiduras, etc. que por motivos de seguridad, por cierre, por alienación de los complejos cultuales, por precariedad o destrucción de las estructuras que las acogen se llevan a los museos eclesiásticos, permanecen así como una parte viva de los bienes culturales de la comunidad eclesial y de toda la colectividad civil presente en el territorio.

La noción de sistema museístico integrado se alarga notablemente y asume gran importancia eclesial con referencia a las demás instituciones civiles presentes en el ámbito del territorio. Esta concepción lleva al reconocimiento jurídico de tales organismos de modo unitario; inspira la realización de un cuadro institucional capaz de moderar toda esta ordenación; es la base para la búsqueda de ayudas públicas; condiciona las políticas culturales de la región; funda un sistema de reglamentación y de protección del personal empleado y voluntario. Como consecuencia, esta nueva configuración tiene un valor social y político innegable, ya que ofrece un servicio cultural de utilidad pública y abre discretas posibilidades de ocupación.

La tipología del sistema de los museos eclesiásticos difundido y descentrado caracteriza el territorio valorando la totalidad de su patrimonio histórico-artístico eclesiástico. Desde esta perspectiva, cada museo, o colección, ya no es un lugar de depósito o de recogida de obras fuera de contexto, sino más bien un elemento que define la cultura local y que se relaciona con los demás bienes culturales. La descentralización, que lleva a tutelar tanto las obras en los lugares de procedencia, como estos espacios eclesiásticos, pone de relieve de modo especial el arte menor y, al mismo tiempo, enriquece cada una de las porciones del territorio diocesano, constituida por parroquias, conventos, santuarios, etc. Si las decoraciones y los adornos fuera de uso, conservados en las iglesias, se concentrasen en un único museo, se empobrecerían los lugares de procedencia de los mismos y se haría del museo un depósito sobrecargado de material. Una opción de este tipo restaría valor a las mismas obras que, junto a tantas otras y a obras más importantes, se convertirían en carentes de importancia y poco utilizables. Por todo ello, es necesario salvaguardar in loco las diversas expresiones que dan lustre al ambiente evocando el recuerdo de los bienhechores y encargos de las obras, de artistas insignes y simples artesanos, de las pasadas costumbres y circunstancias. Cuando falten estructuras idóneas, es preferible un conjunto museístico central.

El museo diocesano se puede convertir en el lugar para la sensibilización de la comunidad eclesial y para el diálogo entre las diversas fuerzas culturales presentes en el territorio. Para que esto ocurra se debe llegar a la conexión con los inventarios y los catálogos; solicitar la documentación topográfica y fotográfica de la zona de procedencia de las obras y de todo el territorio; promover stands ilustrativos, exposiciones de actualidad, estudios histórico-artísticos, campañas de restauración; organizar visitas guiadas que partiendo del museo se prolonguen hacia otros conjuntos monumentales de la zona. Este sistema coordinado de manifestaciones hará evidente la obra realizada por la Iglesia en una región determinada y favorecerá la tutela de los bienes culturales en su contexto originario.

 

 




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