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Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia Carta sobre función pastoral de los museos eclesiásticos IntraText CT - Texto |
4. 3. El disfrute en el
conjunto del territorio
A través del museo eclesiástico se pueden poner en marcha iniciativas para
promover el reconocimiento de los
bienes culturales que existen en el territorio. Para ello es oportuno:
suscitar momentos de encuentro entre creyentes y no creyentes, fieles y
pastores, usuarios y artistas; sensibilizar a las familias para que se
transformen en un lugar de educación para el arte cristiano y para la
comprensión de los valores que este transmite; e interesar a los jóvenes por la
cultura de la memoria y la historia del cristianismo.
El museo eclesiástico, por su naturaleza, está en estrecha conexión con el
territorio en el que se desarrolla una particular misión pastoral, ya que
recoge lo que proviene del mismo para ofrecerlo de nuevo a los fieles a través
del doble itinerario de la memoria histórica y del disfrute estético. El museo
eclesiástico, además de ser un "lugar eclesial", es también un
"lugar territorial", porque la fe se incultura en cada uno de los ambientes. Los materiales usados para la producción de las
múltiples obras hacen referencia a contextos naturales precisos; los edificios
producen un indudable impacto ambiental; los artistas y los que encargan las
obras están vinculados a las tradiciones que se desarrollan en un lugar
determinado; los mismos contenidos de las obras se inspiran y responden a las
necesidades conectadas con el hábitat en el que se desarrolla la
comunidad cristiana.
Conjuntos monumentales, obras de arte, archivos y bibliotecas están condicionados
por el territorio y se refieren a él. Además,
el museo eclesiástico no es un lugar separado, sino en continuidad física y
cultural con el ambiente circundante.
El museo eclesiástico, como consecuencia, no es ajeno a los demás lugares
eclesiales que pertenecen a un territorio determinado.
Todos tienen la misma finalidad pastoral y, en su diversa
tipología, mantienen una relación orgánica y diferenciada. Esta
continuidad viene confirmada por la mens de la Iglesia con relación a
los bienes culturales puestos al servicio de su misión. Tales bienes entran en un
discurso único, por lo que de iure están coordinados entre sí y, de
facto, deben expresar esta unidad en su conjunto y diversidad. Por su parte, el museo recoge y ordena los bienes
histórico-artísticos haciendo visible la referencia al conjunto del territorio
y a la estructura eclesial.
El museo eclesiástico, con referencia al territorio, desarrolla varias
funciones. En primer lugar se sitúa la tradicional de realizar
una "recopilación conservadora" de cuanto proviene de las
zonas donde se han desarrollado las Iglesias locales individualmente y que por
varios motivos ya no puede permanecer in loco (dificultad de vigilancia,
procedencia desconocida de las piezas, alienaciones o destrucción de los
lugares originarios, deterioro de las estructuras de procedencia, peligro
sísmico o de otras calamidades naturales). Se añaden, no
obstante, otras funciones que deben ser tomadas en atenta consideración en la
realización del proyecto del museo eclesiástico.
La colocación de las piezas tiene que hacer evidente la historia de una
determinada porción de la Iglesia. La estructura del
museo debe referirse a todo el territorio eclesiástico, por lo que debe poner
todo lo que contiene en conexión con los lugares de procedencia. Para poder
hacer evidente la relación de continuidad entre el pasado y el presente, el
museo eclesiástico debe ser la memoria estable de la historia de una comunidad
cristiana y, al mismo tiempo, está llamado a acoger
las manifestaciones ocasionales de carácter contemporáneo conectadas con la
acción de la Iglesia.
Todas estas funciones sugieren, cuando sea posible, la contribución de las
nuevas tecnologías multimediales, capaces de presentar virtual, sistemática y
visualmente la íntima conexión del museo con el territorio del que provienen
los bienes que contiene. En este sentido, el concepto de
museo eclesiástico se define como un museo integrado y difundido.
Estas acepciones comportan estructuras policéntricas con
referencia a las cuales el museo diocesano desarrolla la función de
coordinación. En torno a ellas pueden así
circular los tesoros de la catedral y los bienes culturales del cabildo; las
colecciones de los santuarios, monasterios, conventos, basílicas, cofradías;
las colecciones de las iglesias parroquiales y de los demás lugares
eclesiásticos; todos los conjuntos monumentales con las obras que los componen;
los eventuales lugares arqueológicos. De este modo se crea una red que conecta
dinámicamente el museo diocesano con los demás polos museísticos, y el conjunto
de los bienes culturales eclesiásticos con el conjunto del territorio.
El museo diocesano, en particular, cumple una tarea peculiar, ya que
pone de relieve la unidad y la organización de los
bienes culturales de la Iglesia particular. En él debería estar el inventario
de todo el patrimonio histórico-artístico de la diócesis. Con paneles de fácil lectura deberían
ser contextualizados los bienes conservados y los demás bienes presentes en la
circunscripción eclesiástica. Con instrumentos
científicos se debería poder acceder al inventario y a
la catalogación del patrimonio histórico-artístico de la zona (al menos a lo
que se considera de uso público). Se pone así en marcha un sistema que ofrece
las razones de la obra de la inculturación de la fe en
el territorio; que reúne toda la actividad de la Iglesia local destinada a la
producción de los bienes culturales idóneos para su misión; que pone de relieve
la importancia cultural y espiritual del depósito de la memoria; que estimula
el sentido de pertenencia de la colectividad a través de la herencia
transmitida por cada una de las generaciones; que favorece soluciones de tutela
y la investigación científica; que se abre para acoger las creaciones
contemporáneas, para poder de este modo demostrar la vitalidad y la dimensión
pastoral de los bienes culturales de la Iglesia presentes en cada una de las
realidades en las que se ha difundido el mensaje cristiano.
El museo diocesano, en este sentido, se asimila a un centro cultural de
gran importancia, ya que ha sido fundado sobre el depósito histórico-artístico
que caracteriza y reúne a toda la comunidad cristiana. Junto a
él está la catedral, que es un patrimonio vivo que alberga en su interior un
museo-tesoro, estructuras y obras funcionales para las múltiples necesidades
celebrativas y organizativas. Así, también las parroquias, los santuarios, los
monasterios, los conventos, las cofradías son lugares que poseen obras que
custodian en su interior o en un museo central (con la garantía de la
reutilización en circunstancias particulares). También el laboratorio de
restauración y las oficinas técnicas deben estar en conexión con este centro
diocesano para ser introducidas en el conjunto vital de la Iglesia particular.
La conservación se reduce, por lo tanto, a uno de los aspectos de la obra de
valoración en la que se encuentra a la cabeza el museo diocesano. Las
obras de arte, los adornos, las decoraciones, las vestiduras, etc. que por
motivos de seguridad, por cierre, por alienación de los complejos cultuales,
por precariedad o destrucción de las estructuras que las acogen se llevan a los
museos eclesiásticos, permanecen así como una parte viva de los bienes
culturales de la comunidad eclesial y de toda la colectividad civil presente en
el territorio.
La noción de sistema museístico integrado se
alarga notablemente y asume gran importancia eclesial
con referencia a las demás instituciones civiles presentes en el ámbito del
territorio. Esta concepción lleva al reconocimiento jurídico
de tales organismos de modo unitario; inspira la realización de un cuadro
institucional capaz de moderar toda esta ordenación; es la base para la
búsqueda de ayudas públicas; condiciona las políticas culturales de la región;
funda un sistema de reglamentación y de protección del personal empleado y
voluntario. Como consecuencia, esta nueva configuración tiene un valor
social y político innegable, ya que ofrece un servicio cultural de utilidad
pública y abre discretas posibilidades de ocupación.
La tipología del sistema de los museos eclesiásticos difundido y descentrado
caracteriza el territorio valorando la totalidad de su patrimonio
histórico-artístico eclesiástico. Desde esta perspectiva, cada museo, o
colección, ya no es un lugar de depósito o de recogida de obras fuera de
contexto, sino más bien un elemento que define la
cultura local y que se relaciona con los demás bienes culturales. La
descentralización, que lleva a tutelar tanto las obras en los lugares de
procedencia, como estos espacios eclesiásticos, pone de relieve de modo
especial el arte menor y, al mismo tiempo, enriquece cada una de las porciones
del territorio diocesano, constituida por parroquias, conventos, santuarios,
etc. Si las decoraciones y los adornos fuera de uso,
conservados en las iglesias, se concentrasen en un único museo, se
empobrecerían los lugares de procedencia de los mismos y se haría del museo un
depósito sobrecargado de material. Una opción de este tipo restaría valor a las mismas obras
que, junto a tantas otras y a obras más importantes, se convertirían en
carentes de importancia y poco utilizables. Por todo ello, es necesario
salvaguardar in loco las diversas expresiones que dan lustre al ambiente
evocando el recuerdo de los bienhechores y encargos de las obras, de artistas
insignes y simples artesanos, de las pasadas costumbres y circunstancias.
Cuando falten estructuras idóneas, es preferible un conjunto museístico
central.
El museo diocesano se puede convertir en el lugar para la sensibilización de la
comunidad eclesial y para el diálogo entre las diversas fuerzas culturales
presentes en el territorio. Para que esto ocurra se debe llegar a la conexión
con los inventarios y los catálogos; solicitar la documentación topográfica y
fotográfica de la zona de procedencia de las obras y de todo el territorio;
promover stands ilustrativos, exposiciones de actualidad, estudios
histórico-artísticos, campañas de restauración; organizar visitas guiadas que
partiendo del museo se prolonguen hacia otros conjuntos monumentales de la
zona. Este sistema coordinado de
manifestaciones hará evidente la obra realizada por la Iglesia
en una región determinada y favorecerá la tutela de los bienes culturales en su
contexto originario.