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Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia Carta sobre función pastoral de los museos eclesiásticos IntraText CT - Texto |
1. 1. Importancia del patrimonio
histórico-artístico
Los bienes culturales eclesiales son un patrimonio específico de la comunidad cristiana. Al mismo tiempo, a causa de la
dimensión universal del anuncio cristiano, pertenecen,
de alguna manera, a toda la humanidad. Su fin está dirigido a
la misión eclesial en el doble y coincidente dinamismo de la promoción
humana y de la evangelización cristiana. Su valor pone de relieve la obra de inculturación
de la fe.
Los bienes culturales, en cuanto expresión de la memoria histórica, permiten
redescubrir el camino de la fe a través de las obras de las diversas
generaciones. Por su valor artístico, manifiestan la capacidad creativa de los
artistas, los artesanos y los obreros que han sabido imprimir en las cosas
sensibles el propio sentido religioso y la devoción de la comunidad cristiana. Por su contenido cultural, transmiten a
la sociedad actual la historia individual y comunitaria de la sabiduría
humana y cristiana, en el ámbito de un territorio concreto y de un período
histórico determinado. Por su significado litúrgico, están destinados
especialmente al culto divino. Por su destino universal, permiten que cada uno pueda disfrutarlos sin convertirse en el propietario
exclusivo.
El valor que la
Iglesia reconoce a sus propios bienes culturales explica "la voluntad por
parte de la comunidad de los creyentes, y en particular de las instituciones
eclesiásticas, de conservar desde la edad apostólica los testimonios de la fe y
de cultivar su memoria, expresa la unidad y continuidad de la Iglesia que vive
los actuales tiempos de la historia"6. En este contexto la Iglesia
considera importante la transmisión del propio patrimonio de bienes culturales.
Estos representan un eslabón esencial de la cadena de la Tradición; son la
memoria sensible de la evangelización; se convierten
en un instrumento pastoral. De aquí "el compromiso de restaurarlos, conservarlos, catalogarlos y
defenderlos"7, con el fin de llegar a una "valorización que
favorezca su mejor conocimiento y su utilización adecuada, tanto en la
catequesis como en la liturgia"8.
Entre los bienes culturales
de la Iglesia se incluye el ingente patrimonio histórico y artístico
diseminado, en diversa medida, por todo el mundo. Este patrimonio debe su identidad al
uso eclesial, por lo que no se debe sacar de tal contexto. Por tanto, se deben elaborar estrategias de valoración global y
contextual del patrimonio histórico y artístico, de modo que se pueda disfrutar
en su totalidad. Incluso lo que ya no está en uso, por
ejemplo, a causa de las reformas litúrgicas, o ya no se puede usar por su
antigüedad, se debe poner en relación con los bienes en uso, con el fin de
dejar claro el interés de la Iglesia por expresar, con múltiples formas
culturales y con diversos estilos, la catequesis, el culto, la cultura y la
caridad.
La Iglesia debe evitar el peligro del abandono, de la dispersión y de la
entrega a otros museos (estatales, civiles o privados) de las piezas,
instituyendo, cuando sea necesario, sus propios "depósitos museísticos"
que puedan garantizar la custodia y el disfrute en el ámbito eclesial. Las
piezas de menor importancia artística testimonian también en el tiempo el
empeño de la comunidad que las ha producido y pueden cualificar la identidad de las comunidades actuales. Por
este motivo, es necesario prever una forma adecuada de "depósito
museístico". De todos modos, es indispensable que las obras conservadas en los museos y
en los depósitos de propiedad eclesiástica, permanezcan en contacto directo con
las obras todavía en uso en las diversas instituciones de la Iglesia.