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Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia Carta sobre función pastoral de los museos eclesiásticos IntraText CT - Texto |
1. 3. Indicaciones
históricas sobre la conservación del patrimonio histórico-artístico
De todos es conocido el interés de la Iglesia, a lo largo de su historia, por
su propio patrimonio histórico y artístico, como se constata en las
deliberaciones de los Sumos Pontífices, de los Concilios ecuménicos, de los
Sínodos locales y de cada uno de los obispos. Este cuidado se ha manifestado sea con
el mecenazgo de obras de arte destinadas principalmente al culto y a la
ornamentación de los lugares sagrados, sea en su tutela y conservación11.
Para la conservación de los objetos valiosos
-entre los que sobresalen los adornos litúrgicos y las reliquias con los
relativos relicarios- fueron instituidos desde finales de la Edad
Antigua los llamados "tesoros" anejos a las catedrales o a otros
importantes lugares de culto (por ejemplo los santuarios), muy frecuentemente
en un local contiguo a la sacristía y en adecuadas arcas o cofres. Esta
colección tenía la función principal de depósito de objetos cultuales de particular
valor para ser utilizados en las ceremonias más solemnes, y que poseían,
además, un valor representativo, especialmente por la presencia de reliquias
insignes y, en último término, podían tener la función
de reserva áurea para los casos de necesidad. Luminoso ejemplo es la
"Sacristía Papal" en el Vaticano.
Por todo ello es lícito considerar los "tesoros" medievales como
verdaderas colecciones compuestas de objetos retirados (temporal o
definitivamente) del circuito de las actividades utilitarias y sometidas a un particular control institucional. Las piezas que los componían eran
expuestas también a la admiración del público en lugares y circunstancias
oportunos. Una diferencia de estas colecciones con respecto a las colecciones
privadas de la antigüedad consistía en el hecho de que los "tesoros"
no eran obra de un solo individuo, sino de instituciones, de modo que se
mantenía el uso público. Entre los "tesoros" más antiguos de Europa
podemos recordar el de la abadía de Saint-Denis en Francia y el tesoro de la
catedral de Monza en Italia, ambos constituidos en el siglo VI. Entre los más
famosos tesoros medievales se pueden mencionar el del Sancta Sanctorum de
Roma, el de la basílica de San Marcos en Venecia y el de San Ambrosio en Milán
(Italia); los del santuario de Sainte Foy de Conques y de la catedral de
Verdun-Metz (Francia); los de las catedrales de Colonia, Aquisgrán y Ratisbona
(Alemania); el tesoro de la Cámara Santa de Oviedo (España); y el de la
catedral de Clonmacnoise (Irlanda). Muchos de
los "tesoros" mencionados cuentan con un inventario o catálogo,
redactado de distintas formas a lo largo de los
siglos.
El coleccionismo privado de objetos antiguos, preciosos o simplemente curiosos,
documentado a partir del siglo XIV, fue también practicado de forma privada por
eclesiásticos. Entre las mayores colecciones de obras clásicas que se reunieron
a partir del nuevo interés humanístico por la antigüedad,
desde el siglo XV, debemos colocar las colecciones promovidas por Papas y
cardenales. En este contexto, un acontecimiento fundamental para la historia de la museología es la colocación en el
Capitolio de Roma en 1471, por voluntad del Papa Sixto IV, de algunas antiguas
estatuas de bronce con la intención de restituir al pueblo romano los restos
que le pertenecían. Se trata del primer destino público de obras de arte por
iniciativa de un soberano, concepto que se impondría universalmente a partir de
finales del siglo XVIII y que produciría la apertura
del Museo Capitolino y de los Museos Vaticanos en Roma, además de los grandes
museos nacionales en las mayores capitales de Europa.
En el período postridentino, en el que el papel de la Iglesia en el ámbito
cultural fue relevante, el cardenal Federico Borromeo, arzobispo de Milán -por
citar un ejemplo- concibió su colección de pintura como un lugar para la
conservación y, al mismo tiempo, como un polo didáctico abierto a un público
seleccionado. Por este motivo, le colocó al lado la
Biblioteca Ambrosiana en 1609 y en 1618 la Academia de pintura, escultura y
arquitectura, y publicó un catálogo de esta colección en 1625, el Musaeon,
con una intención estrictamente descriptiva. En tales iniciativas, que
retoman los modelos del mecenazgo típicos de la aristocracia del momento, es
evidente la integración de la
Biblioteca-Museo-Escuela, para realizar un proyecto formativo y cultural
unitario.
Entre los siglos XVI y XVII aparecieron progresivamente nuevas tipologías de
museos, con una finalidad prevalentemente pedagógica y didáctica, que están
representados ampliamente en el ámbito eclesiástico, como los museos
científicos, de los que están dotados los seminarios, los colegios y otras
instituciones de formación vinculados, sobre todo, a la Compañía de Jesús.
En tiempos más
recientes, al lado de los "tesoros", han surgido los museos de las
catedrales y los museos de la fábrica, con el fin de custodiar y exhibir obras
de arte y objetos cultuales (o de otra naturaleza), que generalmente ya no
están en uso, provenientes de las mismas catedrales o de sus sacristías. A
finales del siglo XIX y comienzos del XX aparecieron los museos diocesanos,
análogos a los precedentes, pero con piezas provenientes, también, de otras
Iglesias de la ciudad y de la diócesis, concentrados en una única sede, para
salvaguardarlas del abandono y de la dispersión. Con la misma finalidad, han
surgido también los museos de las familias religiosas.