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Carlos Garulo
En el cuerpo del alma

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  • El fragor de un bosque silencioso
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En el cuerpo del alma

 

El fragor de un bosque silencioso

 

Leticia, Silvino, Antonio: este libro está dedicado a vosotros. Aparte del afecto, leyéndolo conoceréis las razones más profundas. Y bien merece una explicación

 

Este libro es la historia de un « fragor en el bosque silencioso » que es el alma. En el origen de un gesto, de una palabra, de una historia, de una obra de arte hay, casi siempre, algo que ejerce de provocador y catalizador, de inspirador.

 

El poemario arranca a partir de una provocación: la visión instantánea e improvisa de una destrucción, de una devastación.

 

Nadie lo diría. Porque todo aparece intacto, como antes, en aquel paisaje tantas veces frecuentado, tan conocido, íntimo y propio. Tan sutil y subjetivo es el cambio que, más que vista y razonamientos, se requiere olfato e intuición para percibir ahora un aire diverso, adverso.

 

Todo ha sido invadido de una parálisis íntima, espiritual, más aterradora y devastadora que la que se las apaña con un carrito de ruedas. Todo respira coletazos de muerte. De allí que los primeros pasos de este libro den cauce al estupor, a la rabia, al dolor de la impotencia y hasta a las lágrimas frente a la destrucción, frente a la muerte, cualquiera, de quien sea. La incidencia y repercusión de ésta no depende de sus dimensiones, de su conocimiento público. Basta, a veces, una experiencia personal muy intensa vivida como contradicción o fracaso - real o imaginario - en la intimidad más profunda y silenciosa.

 

Pero esas lágrimas – es la emoción que sólo así es capaz de pronunciarseposeen una virtud: disolver la dureza de la primera reacción  y la del verso que expresaba su estupor respirando toda la rabia. De este modo la reacción frente al sobresalto va perdiendo agresividad y rigidez, camina con más calma, gana en intimidad y, precisamente en la serenidad del dolor íntimo, intuye, percibe e intenta aferrar la esperanza de una forma real, casi tangible.

 

Éste es un modo existencial - personal o colectivo - de afrontar y combatir la comprensión superficial y ligera de los acontecimientos, la implicación personal en los mismos, los propios límites y yerros, la propia impotencia frente a la causa del sobresalto. Porque ésta, a pesar de todas las pataletas o rabias verdaderas, permanece todavía con su poder intacto. Si no se la derriba, seguirá en pie, acosando como una obsesión con su persuasiva capacidad de desaliento. De desánimo para afrontar la vida con un nivel razonable de placer. De debilidad para proseguir el camino con un grado aceptable de convicción de que uno todavía es capaz de algo, de que sirve para algo, de que aún está en forma para luchar con bastante probabilidad de vencer y de triunfar, de que puede y debe entrar en tratos con la satisfacción. Es decir, de vivir con suficiente dignidad y gozo.

 

Pasadas las primeras sacudidas - prevalentemente viscerales y emotivas - se produce una leve inflexión en el proceso: se comienza por dar un paso al frente desde la tristeza y el miedo, por llamar a cada cosa por su nombre, por afrontar cada vicisitud, por razonar de tú a tú con cada una de ellas, de /deshacer / los caminos pregunta tras pregunta”/, de /“mantener / los ojos remachados en la luz / que aún haya en su mirada (véase el poemaEvocación”).

 

Con ese acto cumplido, se asesta el primer golpe a la impotencia, se le aplica la terapia más adecuada y humana: darle un toque de intelectualidad - es decir, de esfuerzo por leer en el interior de los hechos y de las emociones que éstos provocan - entrando en sus cuartos oscuros, en cuyo secreto reside su debilidad. Y, por lo mismo, también su fortaleza.

 

Sólo cuando

/“En la azarosa / oscuridad, a solas en mi alma / con el vibrar de tu tambor de trueno, /  yo me aboqué al brocal de mi hondo pozo / y en la redonda cara de mis aguas / se iban entreverando algunos rasgos / movedizos de contada belleza / pero enteros y enhiestos en su talla / de una sencilla y digna compostura” /,

se llega a un

/ “Soy yo quien se comprende y reconoce / en …” / tantas cosas. Algunas encienden de nuevo la luz y la sonrisa en el rostro del que  habían huido. A otras habrá que presentarles batalla y ganarles terreno. O bien aceptarlas como eternas compañeras de viaje para evitar, así, el suicidio ambulante, es decir, para no vivir desquiciado, esquizofrénico, infeliz.

 

Debido al tono y a la aparente precisión de los datos que aportan, estos poemas pudieran parecer cargados de biografía. Son historias compartidas, como testigo o protagonista, en cuyo pellejo he querido meterme y a las que, por ficción, he concatenado, más o menos felizmente, con un casi imperceptible hilo conductor. Pessoa dice que “El poeta es un fingidor”. No si yo he sabido fingir o más bien ha resultado un no pretendido autorretrato.

 

Al ir escribiendo con morosidad estos poemas se me hacía patente algo que otros darían por descontado: / Vestidos con la sedosa piel / de lo inaprensible / se mueven por la calle los misterios” /. ¿Cuántos y cuáles? ¡Qué importa! Pues ya hay bastantes misterios verdaderos en la vida como para que mantengamos en la categoría de tales a algunos de ellos que sólo son fantasmas. A estos se les redimiría fácilmente con un poco menos de pereza espiritual o de ignorancia: no habría que dejarlos pasear impunemente por la calle sin hacer el más mínimo atisbo de esfuerzo por reconocerlos, perseguirlos, atraparlos y, al menos, carearlos.

 

Por eso mismo, escribir estos poemas me ha resultado un arduo - ¡y apasionante! - ejercicio de   / “ir, sobre los propios pasos, tras los cuerpos / rastreando su perfume fugitivo”. /

 

Exactamente eso quise expresar, desde el primer momento,  como convicción y como carta de navegación en el poema que completa este prólogo: / “¡Hay que ir y venir tantas veces tras su alma / de evanescente vértebra, de voz / esquiva, de corteza de piedra pedernal / con fuego y luz aún por despertar en las entrañas..!”

 

Es verdad que, por este camino, no habremos resuelto todos los enigmas y problemas de nuestro existir, / “pero se habrá iniciado el balbuceo / de la sabiduría y tocado / con las yemas, heridas en la búsqueda, el cuerpo mismísimo del alma”.

 

Intuyo una pregunta vuestra – no si la únicaacerca de la secuencia temporal dada a esta narración poética, a este libro en tres partes: viernes, sábado, domingo. La disposición no encierra, como elección primaria, una intención similar y paralela a un fin de semana o a los hechos que narra el Evangelio y que las celebraciones litúrgicas cristianas rememoran en el tiempo de Pascua.

 

Se trata de una simple cadencia temporal, natural a los hechos narrados que, no extrañamente, es connatural a la esencia de aquellas celebraciones. Creo que ya sólo por esa coincidencia, esta secuencia del libro apunta a un cierto simbolismo. Significado que se enriquece con los determinativos añadidos a cada jornada. Día de autos, como referencia a los hechos ocurridos, mondos y lirondos, sin aditivos. Día de luces y símbolos, en el que otros hechos, reales también, comprobables, adquieren una significatividad ganada a pulso por el modo como han sido vividos y que, por tanto, resultan luminosos, ejemplares, simbólicos. Día de metáforas y cánticos es una secuencia de reflexiones que empiezan a superar el dolor de los hechos iniciales mediante la incorporación de lecciones aprendidas.

 

Tengo in mente  para un próximo futuro releer este libro, esta historia en una especie de síntesis conclusiva que si bien no suele acontecer en la vida sí en la comprensión que uno tiene de la vida. Y quisiera hacerlo mediante una metáfora final en la que se produjera un salto estético rotundo respecto a este libro. En esta metáfora – de pretendido lenguaje ahistórico, intemporalpienso recoger y expresar de nuevo, como parte integrante de ella misma, lo que ha sido acontecer puntual en los días de autos, de símbolos o de cánticos.

 

Lo que en los orígenes arrancó el estupor y las lágrimas regresa ahora - asumido, redimido - entre cantares. Leticia, Silvino, Antonio, espero que seáis de los que en el  cantar expresan su gozo recuperado.

 

 

Carlos GARULO

Pascua de 1999

 

 

 

 




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