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PECERA
O God, I could be
bounded in a nutshell
and count myself a King of infinite space
W. SHAKESPEARE,
Hamlet,
I
AVER SI
ESTA VEZ ACIERTO A HABLARTE
sobre ese interminable territorio
de horizontes ocultos que se encierran
en la estrecha oficina en que trabajo,
del cristal de la ventana adentro.
Imagina que los peces explican
sus colores a un niño que, ávidamente,
pega al vidrio su nariz y su vaho.
Los ojos del pequeño son rayos zigzagueantes
disparados tras el dúctil objeto
que habla desde un perpetuo
movimiento de danzas elegantes:
en el batir de aletas o fuelles que respiran
percibe las caricias de abanico en su cara.
En sus bocas instala húmedas grutas
insondables, ahítas de fantásticas
figuras esculpidas en el cuerpo
de las aguas a manos de los siglos
en una exhibición de su paciencia.
Las luces y las rocas que componen
los detalles de una escenografía
rudimentaria y pobre son el habitat
espléndido de fondos abisales,
un océano que despliega sonidos
rumorosos de corales y perlas,
de una indefinida sinfonía.
A un teatro de risas y de aplausos
se asemeja el pulular constante - 67 -
de burbujas de oxígeno insuflado.
Es mínimo el espacio, ciertamente.
Nunca aprisiona el límite de escasas
dimensiones sino acaso la ausencia
de fantasía, música y alas.
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