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PAISAJES
AVER,
POR FIN, SI ESTA VEZ HILVANO
mi discurso sobre ese interminable
territorio de misterios bellísimos
que despliegan sus alas desde el borde
del rígido cristal de la ventana
de mi estrecha oficina de trabajo.
No sé del sol si no es por referencias.
Sé de la baja altura de su luz
y desde dónde mira, por las sombras
de troncos lineares, paralelos,
recostados sobre un manto de hierba.
Intuyo los celajes en el cielo
incierto cuando un dulce respirar
se cuela entre las ramas.
Soporto, a mi pesar, el despotismo
de su dominio cuando entre todos
los seres vivos que allí pululan
pactan silencio y confabulan sueños
de modorra.
Intuyo
que se trata
de sus últimas horas, de agonía,
si la ternura se desata a sus anchas.
Con los ojos vendados te diría
cuándo ríen o lloran, o ateridos los cuerpos
que pueblan mi jardín - en apariencia
inmóviles, silentes - se protegen
del viento o del frío de un invierno.
Yo conozco sus nombres como ellos
reconocen el mío: pino, abeto, ciprés, - 69 -
palmera, cedro, plátano, laurel,
mimosa, tuya, aliso: muralla vegetal
compacta, irregular, desordenada
que, en su muda fidelidad, custodia
mi mundo de visiones incontables.
Un tutti
vegetal, como instrumentos al unísono
de potencia increíble,
se lanza desbocado en primavera
hacia la altura, estalla enloquecido
en ansias de vivir por cada poro.
Su entusiasmo frenético me niega la visión,
inflama mis sentidos anegados.
Suerte que, en el otoño, el aliso
abre el vientre del muro y rompe el sitio
con su autoinmolación: todo él se preña
de una luz serenísima, en oro madurada,
e inicia sin pudor el indolente
alumbramiento de si mismo,
volcándose al despojo, de una a una,
de sus prendas. Desnudo está radiante.
Ya es feliz. Y yo también con él,
por su serenidad transfigurado.
De la desnuda urdimbre de sus nervios
pende, en días de lluvia
del invierno, la gélida elegancia
de una reina enjoyada con perlas
delicadas, traslúcidas y gráciles.
Al fondo de ese muro permeable,
percibo con enorme nitidez
el fragor de la vida que transcurre,
desbocada, en carretera y, aún más,
casi invisible, por los claros cielos.
No permito se corte este cordón
umbilical con la excitante furia
que, desbocada, me provoca
y urge.
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