HAY DÍAS EN QUE EL DÍA Y LA NOCHE

intercambian su ritual saludo

de relevo de guardia como si sus reinados

hubieran transitado en la inconsciencia

de su tiempo fugaz. Hay también días

en que se alza el crepúsculo y la noche

te aposenta como la cucharada

de jarabe que nos daban de niños

para aliviar la tos o las amígdalas.

Hay días en que el tiempo transcurre

de manera tan loca y sin cordura

que sacan del armario a toda prisa

ansiedades aún oliendo a alcanfor.

Contados son los días - ¡si se cuentan! -

que piden prolongarse eternamente

por el placer que penda de sus alas.

Habrá un error de cálculo, no obstante,

en las expectativas más corrientes,

si se imputa a la mar la certidumbre

de la monotonía a pesar de que haya

blancos jinetes que cabalguen con brío

por sus sendas y llanuras inmensas.