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ERA A LA GRUPA DE UN CABALLO DE
TIRO. ERAN
quebrados
los caminos, cada trecho más altos
y
alejados de casa. Era la vez primera
que
ascendía a la cumbre. Eran los ojos vírgenes
ventanas
asaltadas cada vez que el espacio
se
mudaba de formas y colores y aromas
y
sonidos. Era un tensarse el alma como un arco:
el
miedo a las escasas e intermitentes voces
con que
cantaba el monte apagaba preguntas
ya en
los labios, marcaba el ritmo a los respiros
y poco
a poco nubes de silencio ocupaban
la
escena tomando posesión de aquel momento
único.
Era, en la tarde, hora de luz escasa.
Era la
tierna edad en su viaje primero
a lo
desconocido. Era la boca grande
del
misterio que abría lentamente su puerta
con
crujidos que tenían en vilo los sentidos.
Y
apareció la inmensidad - un simple panorama
visto
desde lo alto - con el ropaje de una
visión
tan fascinante que arrancó un ¡oh!,
como el
primer vagido y por toda palabra.
No ha
venido el olvido, hasta el presente,
a
empañar el cristal de aquel preciso instante
de
asombro emocionado.
Aún
arde aquel fuego con leña seca o verde
y vibro
de emoción ante un detalle.
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