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NOCHE
RAUDAS AFLUYEN LAS
DESOLACIONES A HORAS DE NONA
bajo un creciente hincharse de tinieblas
la región de los sueños acechados de muerte.
Estos perros no muerden, pero ladran. Y hiere
su ladrido más que el diente afilado del hambre,
del sueño desvelado o de la rabia.
No hay rumor silente de estrellas que trasnochan
o insomnes. Ni perfiles exactos de si algo vive y vibra.
Esta noche es sudario de figuras inicuas:
bajo la tienda de campaña, en lodazal de lucha
y exangües fuegos de crepúsculo, celebran
conciliábulo plenario y final.
— Llegaron todas, como eclipses,
con el pesado fardo de sus negros trofeos
a la espalda. Por riguroso orden de consumada
violencia cerraron el círculo infernal
de la aniquilación en torno a una mesa
de banquetes. Aún cantaban, encendidos a un lado,
los ordenadores, en sus rostros de plástico y luz distante,
los incendiados partes y frías estadísticas de guerra.
Los caballos y tanques piafaban, fuera, el nervio irrefrenable
de sus patas y vientres contra el doliente
estertor de sus víctimas frescas. Y, abiertos
de euforia, los micrófonos de control abandonado
amplificaban para oyentes occisos la soberbia
deslenguada del naipe de los triunfos. —
La ebriedad pasea desenfrenada y de boca en boca, - 4 -
en ánforas y vasos, más hiriente con sus risas
estentóreas. Hierve el aire con el hedor de sangre
sofocada. El aquelarre descontrola su excremento
de bacanal intensa.
Al abrigo del triunfo
duermen los centinelas. Fuera persiste, en su lejano
y circular abrazo, la somnolencia gris
de la devastación en sus rescoldos.
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LA NOCHE HIERVE SU HEDOR DE SANGRE
SOFOCADA,
de mármol esculpido en figuras inicuas,
de desenfreno de caudillos
por la soberbia hiriente de sus hierros,
de risas que crecen, estentóreas
y crueles, a medida
que los discursos evocan y pronuncian los trofeos.
— Su ingenuidad creyó ser la primera piedra
de una historia futura. Ya nadie llamará a esa puerta. Ni nadie
escribirá su amor, ni nadie irá de ronda, ni esperará
nada de nadie. Son para siempre un vientre desflorado,
estancia estéril, como un paisaje devastado.
¿Por cuánto tiempo no insistirá la sombra royéndoles
con ansiedad idéntica a la culpa? ¡Su ingenuidad creyó
ser la primera piedra! Sin embargo, nuevos trazos enérgicos,
cual verdades rotundas, definen el perfil más exacto
de cuanto fuisteis siempre, nos
gritaban. Tú misma eres la noche,
repetían, parida de la carne del miedo. Con alaridos
la luz pedía paso en su garganta a punto de asfixiarse. —
Es la hora extenuada del dilúculo.
Al abrigo del triunfo emborrachado duermen
los centinelas. ¡Oh sobrenoche, ebria e inerme,
misterio yerto subyacente a la piel sorda de los mármoles!
No hay perfiles exactos de lo que vive y vibra
en las cenizas que aún humean en las urnas,
pero respira, en su lejano y circular abrazo,
la somnolencia gris de los rescoldos.
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