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ALBA
NO HAY PERFILES
EXACTOS DEL GRIS DESASOSIEGO
y somnolencia que vive y vibra en los rescoldos
que respiran lejanías de circular abrazo.
Un
viento
intemporal, sin piel, sin cédula de tránsito
tras el toque de queda, trajina, de puntillas, alentando
sobre las ruinas despeinadas. Y con el pie
descalzo empieza a enjugar el lodazal
del campo de exterminio hasta orearlo
del barro y de las lágrimas en que la muerte
había sumido ferozmente cuanto alzaba una voz
desde el día inicial y feliz de todos los principios.
Retorna, corre, insiste y
enloquece
aquel hálito ubicuo sobre los infinitos puntos de horizonte
en los que la indolencia se recuesta, inconsciente,
en un sueño infligido, perverso, doloroso, profundo.
El primoroso soplo accede a desnudar de su inconsciencia
al letargo fetal y a alumbrar en él un cuerpecillo frágil,
de ascua que sonríe y apaga su sonrisa rusiente
como muda hesitación de que el regreso a la vida
fuese de nuevo un riesgo de sueño irresistible.
Apenas la llama toma cuerpo, la duda se desalma.
Y el viento, erguido y complacido, respira su potencia
cincelando un círculo lejano de llamas alborales,
que crepitan los salmos de su leña de origen mutilado mientras
devoran lentamente los mantos sospechosos de la noche. - 7 -
EL ALBA ACLARA EN LENGUAS LEJANÍSIMAS
de llamarada fresca los silencios del vientre
fatigado en la difícil digestión de sus maldades.
Irrumpe, con la celada desenvuelta de sus cabellos sueltos,
en las estancias ebrias de los triunfos efímeros
para que abreven, lujuriosos, sus babas
en el cebo de la mujer de palabra de seda,
de exasperado sexo ofrecido
por la causa de su ciudad sitiada y devastada.
No figuraba en códigos de guerra que la seda,
acomodada al vendaval del desespero, escurriese
de sus pliegues un lenguaje de espadas
de tajo decidido, fulmíneo, que separan limpiamente
del tronco la multicéfala expresión de los horrores
por el certero golpe en sus gargantas profundísimas ya sin canto.
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EL ALBA ARRANCA CON SU TAJO DE LUZ INCONTENIBLE
los gritos a las máscaras y la calambre paralizante al miedo,
todavía sentado tristemente en sus propios rescoldos,
tan grises, tan tibios, tan fetales, tan lejanos,
tan sin querer vivir. El tajo de luz es agua mansa
y fresca que disuelve las vendas
de los ojos
despabilándoles perezas adheridas con el tiempo. El agua
mansa es céfiro, el primer compañero que te besa en el rostro cuando
aún se arrastra el sueño del dolor. El beso
se declara perfume que fuerza al pensamiento a que ose,
perdida la inocencia, a avizorar presagios
ya en los vuelos primeros e iniciáticos. A decirle al reloj,
que si cuadran sus cuentas de rígidas agujas,
no siempre se alcanza a
asentarles un perfecto
sentido. Alba, tajo de luz, céfiro y agua
restañan las heridas al dolor que fue capaz
de desnudar los deseos profundos que supura
el alma sin contar con el cuerpo y los coloca
a la sombra de la luz más intensa, vestidos
de evidencia. Al paso incontenible del alba,
de su tajo de luz, de su agua manantial, del bálsamo eficaz
de su ósculo puro, las máscaras retuercen su abandono
con muecas indecibles. Y ven que los despojos
que trajeron al mundo con sus burdas hazañas
se sienten ave y pentagrama con respiro
de esforzado registro y que la muerte era
una simple, aunque amarga, palabra. - 9 -
SIN SUDARIOS DE MUERTE, LA NOCHE ES TRASPARENTE, DIÁFANA.
(No es negra.
Ni blanca. Ni pálida. Ni atroz. Ni andamio de procaces
audacias descarnadas. Ni guadaña que afila el desconchado
diente
en el talle cimbreante del hombre. Ni hembra estéril. Ni madre
parturienta de tinieblas. Ni asesino en horas imprevistas,
súbitas. Prueba en el yunque, sí, de un tiempo
en que vararon el pensamiento alado,
la adolescencia de inmortal bello cuerpo, el sexo
acomodado a la pasión más inmediata
o a la más rutinaria, el taladro de mirar penetrante,
la postración de hinojos del puesto de trabajo
en las colas larguísimas del paro, los alborotos
de gozo de la vida clavada con alfileres a un seguro,
los punzantes rosales de una fe acostumbrada
a la doma pertinaz de los misterios,
el paso lento y arrastrado por la cavilación de cada instante,
el deseo que no llega a buen puerto, la memoria
sin mástiles ni velas, el arma blanca del tumor
mortífero penetrando sin más los entresijos
de los tuétanos, la candela de ojos exhaustos
de mecha y de aceite, la tempestad surgida
de los profundos mares ignorados,
el viento raptor - en alta mar – de la locura.)
La noche – se dirá algún día – ,
la muerte, fue en un tiempo el grito poderoso
de la realidad que ansiaba de nuevo su principio. Y su desgarro
ululante fue acallado por aceros de luz.
El alba ya ha acallado desgarros y silencios
de esas ansias con los lamidos in
crescendo
de sus lenguas de fresca llamarada.
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