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ASCENSIÓN
LAMIDOS IN CRESCENDO DE LENGUAS DE FRESCA
LLAMARADA
incendian por la cintura el horizonte. Serpientes
y senderos alcanzan con sus manos de mecha tortuosa
y cómplice la chispa que estalla el resplandor a las montañas,
todavía sumidas en la ignorancia distante
del deseo. Las verdes atalayas de los cedros
se encienden de dalmáticas rojas. Mieses de sed dorada
y cimbreante de los llanos olvidan el cortejo de acequias compañeras y claman
por un viento ligero
que les muerda la carne de su pan horneado
al sofoco contagioso de los montes. Acarrean
la carga de su leña el pino, el abeto, el ciprés,
el cedro, la palmera y el plátano, la tuya
y el aliso, desde el jardín custodios ejemplares
de incontables visiones. Se dejan en el surco, abandonados
por la prisa enfermada de gozo, los útiles y aperos
que arrancaban su azahar al huerto de naranjos,
la miel a las higueras del verano maduro y el vino
a las cepas sobrecogidas de oro en el otoño. Cae el telón
sobre la danza interrumpida de los peces
tras el vidrio y el vaho y la nariz del niño
embelesado, y le prestan sus alas o sus fuelles
de respiro multicolor e inverosímil
a la caricia de luz que se acrecienta y por doquier resuena.
Despabilados de aquella patria suya de soledad
casi perfecta, los libros ofrendan su voz íntima,
tamizada y certera, mientras las llamas muerden
las inmoladas láminas antiguas de sus cuerpos.
Y hasta el cañón se suma al espectáculo y purifica
los últimos reductos de sonora vergüenza de su metralla negra,
cuando dictaba ley en los vetustos tiempos de la muerte. - 11 -
COMO UN ARCO DE SUSPIRO INVADIENTE, LA CONCERTANTE LUZ
recién nacida se alza sobre sus pies y desafía al aire,
que respira a sus anchas, con el trazo fugaz de trayectoria
límpida, se aclimata a la altura, respira, se entusiasma.
Suelta el lebrel - para este airoso vuelo de luminosa estela -
su lastre de presas de fatiga entre los dientes,
los romeros sus éxodos de ríos interiores
y nostalgias, el opresivo mar de las tinieblas los ojos
de pupilas repletas de desiertos, la rabia
sus uñas de metal labrando las espaldas fugitivas
en surcos lacerantes, la edad sus incipientes
dudas de vivir, el bajel amarras y petrales,
cartas de navegar - el timonel - con nuevas direcciones
apuntadas en trozos de prisa mal cortada, a medio hacer
- quien sea - los baúles con acopio de misterios resueltos
o con la intelección del caos del corazón más íntimo.
Se aclimatan a la altura estos respiros, con el viento
deseado aleteando ya por siempre entre la urdimbre
de sus ramas. Buscan, como la vida, la profunda
ensenada de la entraña hasta que salta viva,
como un volcán de carne, sangre y agua. Como el amor
que sienta cátedra, estrenan casa con olor a pintura
reciente en las paredes, a mesa de planchado
mantel sobre su campo, a flores engendradas en labios de
temblores,
a calor de amigos albergados. Como el rosal
que tiembla con toda su potencia en las entrañas,
la dulce experiencia de ser padre pone a vibrar las cuerdas
de difícil acceso, reservado a la pasión o al virtuosismo.
Respira, a pulmón lleno, la esperanza
en los ijares, abiertos en sus carnes
por las espuelas de un jinete que los cabalga bellamente.
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