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CENIT
YA TODO EL UNIVERSO
HA PRENDIDO Y ES MAR
de resplandor en la ensimismidad de las alturas.
Ya todo el mar es fuentes, las crines sin fisuras del fuego
y del deshielo. La sonora oquedad de su andamiaje
es luz rampante que, cual titán, regresa a sus palacios
aéreos, magníficos, patria de donde vino, sede
de lo diverso, templo donde se adora lo eterno por eterno.
Descalza en los umbrales su armadura, su lanza
y su botín de cruces rescatadas del fuego
de la desesperanza, del odio y del cuchillo. Aún jadea el arnés
sobre su cuerpo al ritmo de su trote alazán,
apenas detenido. Puro en su carne sola,
como un bello efebo, traspasa los umbrales
de los pórticos del cenit de la gloria
sin rubor por la serena lágrima que brota
de los triunfos, exhibiéndose símbolo de quien accede
al nimbo de la luz por el misterio de una lágrima sola. - 13 -
NO HAY RUMOR LATENTE DE ESTRELLAS QUE TRASNOCHAN O
INSOMNES.
Ni perfiles exactos de si algo vive y vibra.
La noche es sudario de figuras inicuas,
misterio yerto subyacente a la piel dormida de los mármoles.
El alba aclara en lenguas de llamarada fresca los rescoldos
de muerte de la noche. Arranca los gritos a sus máscaras y miedos.
Sin sudarios, la muerte es diáfana, grito imponente
de la realidad que ansía de nuevo su principio.
Como un arco de suspiro invadiente, la luz
recién nacida traza una trayectoria límpida,
se aclimata a la altura, respira, se entusiasma.
Un jadeante titán de cruces y de lanzas,
con la serena lágrima que brota de los triunfos,
grita, sin voz, “¡Victoria!”, desde el cenit del vértigo.
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