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DEL PASO DEL
MARROJO
A Enriqueta Capdevila
y
en ella a quienes se entregan
a
educar con ilusión.
I
Con fe en la maravilla
suficiente
de la arena en ascuas
quemando el aire como
incienso,
un día, de la mano del
milagro,
cruzamos el marrojo
buscando ese aire y ese
espacio,
ignotos pero vivos, que
habitan
precisamente allá
donde las evidencias
aconsejan
frenar el pie en la
orilla misma
de la seguridad más
placentera. - 28 -
II
- '¿Vivir allá? ¿Mejor?
¿De otra manera?'
Así se atasca el carro
de egiptofaraón,
preso en la inmóvil,
minúscula, exacta
dimensión de ese océano
de tan frágil cristal e
instalado
en la comodidad de lo
imperfecto,
a gusto, inapetente
de vida superior
- ¡tan suprema! -,
no natural a su
naturaleza. - 29 -
III
Se encendieron cerezos
en el huerto
imposible de la otra
orilla.
Extraños géiseres de
agua fresca
alumbraron de entrañas
ardentísimas.
Anidaron los pájaros
y poblaron leones sin
límite el desierto.
De puro caminar
se abrieron los caminos
y rodaron
toda clase de máquinas
de cuerpo articulado
pintando, al paso, el
cielo
como lo pinta el airoso penacho
de un soberbio guerrero.
Hasta la luna,
cada noche, puntual,
acudía
acreciendo su cuerpo
a proteger los sueños
de quienes por soñar
enloquecían
cuando extrañaban sueños
bajo el sol y la luz
imponentes
de los días mortalmente
monótonos.
Sólo así era posible
abreviar las distancias
en los mares
cortando el velo
terso - 30 -
con el cuchillo gris,
disciplinado,
de una trainera, o
instrumentar cultura
lapizando en color el
lomo blanco
del papel con vuelos
primerizos
mas de vigor y decisión
tremendos.
Por un ojo curioso,
alzado de las aguas
tantas veces
como el capricho
apetecía,
se podía observar
a egiptofaraón con el
asombro
que produce el milagro y
la alegría
con que la fe, sin
comprenderlos nunca,
se apropia de los dones
de la divinidad. Pero un
día,
de la mano también de
otro milagro,
con los pasos en duda
salvó de aquel marrojo
nuestra incierta orilla.
Y un carro
de fuego y pegasos
magníficos
arrebató sus miedos
bañándolos en ese
aire fresco de los
espacios salvos
que habitan siempre más
allá, precisamente más
allá
de donde aconsejan las
claras evidencias
frenar el pie y ceñirlo
a orillas de la
seguridad. - 31 -
IV
Aquel día, cruzando los
espacios,
clavamos el miedo en sus
fronteras.
Habrá otros días nuevos
por venir
cuyo recuerdo ya poseo
vivo.
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