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DE UNA REDONDA VENTANA
NEOYORQUINA
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'¿Qué ves ahora por la ventana redonda de tu habitación?',
me
escribías.
I
Me llega bien el sol que
me enviáis
cada mañana. (Gracias
por el paquete exprés,
de puerta a puerta.)
Él llama y me despierta
ese ojo redondo que
ahora tengo
para encuadrar el mundo
y ver sólo las cosas
que su límite impone. Os
lo digo:
son pocas, pero
hermosas. Vais a verlas. - 39 -
II
Unos brazos o manos
siempre alzadas,
supongo, por recuerdo,
que de un árbol,
pero sin cuerpo, tierra,
padre ni raíz referidos,
pura
forma flotante ante
espacios marinos.
Las conocí desnudas y
robustas,
tensas, solitarias y
ejemplares:
eran días de invierno
cuando accedí a esta
visión en carne
viva, en nervio sin
temblor, con riesgo
de quebrarle su digna
compostura
a la garganta. No sé
cómo ahora
se han podido poblar
de luz tan ovalada y
penetrante,
ni crecido sus dedos
hasta servirme al rostro
unas caricias
y romper mi soledad con
los pájaros
recientes en su casa.
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III
Ellos no tienen
mis problemas de idioma,
ni temor
al ridículo, ni miedo de
perderse
en el metro,
o para siempre, y me
llevan
tan tranquilos
a New York sentándome a
la boca
de escenarios en
Broadway, o en los palcos
del Carnegie o del Met,
asistir a un memorial service
protestante en Saint
John the Divine
o atender en Saint
Patrick los sermones
purpurados del Prince of
the City.
Aunque iletrados, saben
que me gustan
los libros y las artes
y por eso prodigan mis
visitas
al Moma - volvieron
encantados -,
al Museo de Historial
Natural
- allí a la puerta me
esperaron
curándose en salud de
aquella ciencia
que primero diseca y
luego exhibe -.
Incluso, ya en mi casa
y a punto de decirme
'Hasta mañana', - 41 -
dejaron en mi mesa al
Lorca neoyorquino
abierto en versos que
alumbraran mi noche:
"No preguntarme
nada. He visto que las cosas
cuando buscan su curso
encuentran su vacío". - 42 -
IV
Ya el vacío es leve
porción de mar
consolidada (porque
todo y sólo me ha sido
justicia
hasta el momento).
Aunque Long Island
ha frenado aquel ímpetu
oceánico,
remansándome mar acorde
a mis necesidades.
Cuando te adentra Valery
en su cementerio
y aprendes, de tanto contemplarlo,
su música marina
- 'la mer, toujours la
mer recomancé' -
ya puedes soportar
morirte en la distancia
o enterrar a tus muertos
uno a uno,
o vivir por los días
venideros
con lengua ajena y
patria trasplantada
que nunca ya es tu
patria.
Al compás de esta mar he
aprendido
a decir - ¡'toujours
recomancé'! -: 'Hoy'.
Ni 'Mañana',
que inquieta en su
adelanto.
Ni 'Ayer',
que sólo vive en la
memoria muerto.
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