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PREPARACIÓN DEL LIENZO
O CONVOCACIÓN
DE LOS SENTIDOS
SOBRE
LOS PROPIOS PASOS, TRAS LOS CUERPOS,
rastreando el perfume fugitivo,
¡hay que ir y venir tantas veces tras su alma
de evanescente vértebra, de voz
esquiva, de corteza de piedra pedernal
con fuego y luz aún por despertar en las entrañas...!
Hay que ir y venir de las cosas
– Escanciarles tiempo.
Huirlas. Espaciar los sorbos. Regresarlas. –
aunque sea tan sólo para atisbar rumores
allí donde reside en su secreto
la ardiente soledad de la belleza:
en su inutilidad imprescindible y cruda,
en su misterio – de frías apariencias,
cerrado a cal y canto – de incontables
historias por narrar,
en informales formas que obedecen
sólo a un grito o a un beso o a un suspiro,
en su callada música albergada
bajo arcos de afrutada arquitectura,
en su linfa, en su médula invisible
con un disfraz al corte de tanta incertidumbre,
de tanta circunstancia pasajera.
Revestidos
de la sedosa piel de lo inaprensible
se mueven por la calle los misterios:
– La pujante arrogancia de los jóvenes,
los viejos en su triste e irrefrenable
decadencia. La jícara de aceite - 5 -
que debiera aliviar y que no alivia
la erupción chirriante de los quicios indómitos.
La libertad hecha aún una madeja
de hilos por trenzar, o ya imposible.
Los laberintos del jardín de brumas
y susurros de fuentes y de pájaros,
estuche vegetal de ocios y de pasos
y de besos. El armazón severo
y sustancial, la filigrana. El tallo
despuntante erguido con la savia
de la soberbia nueva, el tronco soberano
con la carcoma dueña de su vientre.
El instante que se hace interminable
y la eternidad pronunciada
como una palabra monosílaba,
leve,
- ¡ah! -
de suspiro.
La nota discordante en la armonía
del canon o su encanto asumido
en el lenguaje conclusivo, oscuro,
de la totalidad inabarcable.
El abismo sin fin y el sin perfil espacio.
La carne ansiosa en otra de sí misma
o la adorable seda
de la piel sin pasión de los infantes.
La transición con aires de inmutable
eternidad, lo permanente y sabio.
La altura, los volúmenes.
El sabor y el olor. La cercanía,
las distancias.
El color y el amor tan diferentes
del día y de la noche.
Saber la hora sin reloj, saber
el rumbo si aún están
por moverse las sendas como sierpes
bajo los pies del viandante, cuándo
se va hacia atrás, cuándo adelante, cuándo
naufragan los nenúfares, gime una dalia, - 6 -
mueve el ciprés su rigidez de rostro
de hilo al son sutil del viento o toma
el baño el agua, cuándo... –
Y aún y bucear las hondas cimas
en el vientre del mar, queda el salto
mortal sobre el abismo insaciable
de lo cierto y lo incierto, el error, la verdad,
el penoso aleteo persistente
de la duda y ese sudor frío
con los ojos vendados
que responde al nombre de mentira.
Aún esperará, intacto, el vaso
del misterio. Pero se habrá iniciado el balbuceo
de la sabiduría y tocado
con las yemas, heridas en la búsqueda,
el mismísimo cuerpo del alma entreverada.
Cosido a esa su carne tiene el nido
la irredenta pasión de la existencia.
Para vivir, ¡para vivir tan sólo!,
hay que ir y venir de las cosas
– Escanciarles tiempo.
Huirlas. Espaciar los sorbos. Regresarlas. –
Sirve poco la ciencia bajo el brazo.
No vale ir de visita ni con prisas.
Sobre los propios pasos tras los cuerpos.
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