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DEL SUSPIRADO VUELO SOBRE LAS ALAS
DE UN ARCANGEL
Al cielo miras, como
tantas veces,
ahora con los deseos en
cal viva.
Al pie de tu tristeza
muda te
sorprende ese pájaro de
ausente
terciopelo de plumas en
el rígido
y helado acero de sus
alas.
Rayo blanco que deja en
temblor leve
la huella de su paso
lineal
y continuo con un tambor
de trueno
amortiguado en la
distancia.
Te provoca el anhelo de
gustar
la altura y sus
visiones. Pero
sabes por ti mismo que
estas aves
inician o reposan de sus
vuelos
en otros campos allende
las lindes
de los tuyos. Doblegan
tus deseos
su firmeza con tu
ausente mirar
en el regreso lento de
lo alto.
- ¿Qué haces ahí
plantado con el alma
doblada en tu pañuelo
húmedo? - 73 -
Sin tiempo a respirar, a
preguntar,
ni pausa para nada, ya
la brisa
ha enjugado la lágrima a
tu ojo,
la luz ha florecido en
el huerto
de tan escasos surcos de
tu rostro
y ha empezado la visión
suspirada.
Los castillos no son ya
sólo roca
frontal y amurallado
baluarte
de rechazos sino mirada
íntima
de patio o ventanal
lanzado
a lontananza, piedra de
hogar
con fuego crepitante,
armas colgadas
en el clavo distendido
del desuso.
Son palabra eficaz y
peregrina
los senderos que llevan
por las cruces
del encuentro. Asiento
confortable,
las montañas. Armonía de
formas
y colores, el campo que
no huele
a sudor sin lavar ni a
ambición
posesiva ni a motores en
marcha.
La tensión del vivir
bajo los techos
rojos de la teja dúctil
o el fárrago
del tráfico son nada.
Quizá música
orquestal bien
concertada. Un
huerto, el cementerio
que manda en la - 74 -
saeta del ciprés verde moreno
un crisantemo con el
beso aún fresco
de tu amada que espera
con paciencia.
De respirar color y
sortear
el aire zigzagueante aún
no están
satisfechos tus sentidos
viejos.
Distraído tu tacto va en
la seda
del aéreo arcángel que
percibes
como la lana tibia
apenas
bosquejada de los
corderos tiernos
paridos en el campo y
que llevabas
a tu cuello hasta casa
tantas noches.
- Señor, aquí lo tienes
- dice el ángel
dejándote en el suelo y
dirigiéndose
a quien parece el Dueño
-. Ansiaba
ver las cosas desde lo
alto del cielo.
Nadie a gozar te lo
había traído.
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