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Temática y estructura para un libro peculiar de
poesía
Voz de piedra tuvo su primera redacción en 1980. Más
tarde, aún manteniéndose fiel a la concepción original, fue reescrito en su
totalidad en el verano del 2000. Dos nuevas revisiones del texto durante
2002-2003 han conformado la versión definitiva.
La temática se ciñe a un objeto contemplado -
un castillo medieval - con la clara voluntad de cantarlo. Y el modo de hacerlo,
es decir la composición del libro está construida siguiendo algo tan normal y
corriente como una visita cultural o turística a un monumento. En este caso el
Castillo de Loarre (Huesca, España), «el monumento cumbre del arte aragonés y
una de las mejores fortalezas románicas de Europa, si no la mejor», en palabras
de Antonio Durán Gudiol, el gran estudioso del románico.
En general, para las visitas a los
monumentos, los guías acompañan a los visitantes en un recorrido predeterminado
y, al paso, suelen explicarles el entorno, el enclave concreto, la
arquitectura, el arte, la historia con sus nombres propios, con sus hechos de
armas o eventos sociales. Como los guías, el autor de Voz de piedra
somete su discurso a ese mismo itinerario, se detiene en los mismos puntos,
señala e invita a contemplar las mismas maravillas. Pero, a diferencia de
aquellos, rehúsa ceñirse y limitarse a idénticas explicaciones. Conoce la
historia y el arte de lo que habla, pero no los repite, los presupone. Si
acaso, y sólo con afán de ayudar a algún lector necesitado, los deja caer
tangencialmente a modo de notas técnicas a pie de página, algo no usual en
poesía.
El poeta habla por elevación del objeto
visitado, contemplado y cantado. Es decir, la roca natural y la piedra tallada,
una torre, unas murallas, un portalón, una estancia, un - 2 -
crismón, una
cripta o un ábside, un capitel, una cúpula semiesférica, una talla en madera
cromada, una necrópolis o una inscripción funeraria, un patio de armas, un
aljibe, una ventana ajimezada, un palacio apenas sugerido por sus ruinas, el
viento, la luz, un paisaje inmenso casi sin horizonte, un pasaje histórico...
son el punto de partida, la referencia obligada, pero sólo una anécdota
circunscrita a un espacio o a un tiempo determinados e irrepetibles.
Por el contrario, la pretensión del lenguaje
poético en Voz de piedra es trascenderla, apuntar a la categoría, hacer
que una persona – o un pueblo entero – se piensen a sí mismos siendo capaces de
romper las barreras al presente, y al pasado y al futuro inaprensibles,
conjugándolos como si de una misma y única realidad se tratase. Por eso, puede
que reconsiderando el pasado «regresarán la luz / y la sapiencia – que no
tiempos idos – / a este presente opaco e insatisfecho / de neón y de láser, de
rutas cibernéticas / que castran del ardor de la espera a los deseos»; o que
frente a la duda o al desaliento por falta de perspectivas de futuro el
castillo se intuya como «nave anclada en el monte / desde donde otear y
perseguir / nuevos destinos impensables».
Trascendiendo incluso la historia y en una
lectura estrictamente antropológica, los versos de Voz de piedra
conducen al lector hacia adentro de sí mismo: «Entrad / y desde dentro dad una
vuelta a la llave / para cerrar el paso a los miedos y huidas. / Peregrinad / a
vuestra patria íntima solamente, solos». ¿No será, quizá, la peregrinación más
difícil, pero también la más apasionante, a la que una persona o una comunidad
están invitadas?
Todo el libro se articula como un poema
unitario en cuatro partes diferenciadas, pretendidamente desiguales. La
primera, la segunda y la cuarta están constituidas por un solo poema cada
una y es el poeta – cada lector – quien interpela al castillo. Con su
sobriedad, tienen la función estética de perfilar el marco de la obra, de
focalizar su diana. En los cuarenta y cuatro poemas de la tercera parte, que
conforman el corazón del libro, es el castillo - la piedra -, quien habla de si
teniendo como oyente a quien le ha interpelado.
Con una cierta resonancia de Kafka o de Santa
Teresa de Ávila, frente al castillo, frente al misterio de la morada interior,
es el poeta o el lector quien confiesa su necesidad de escalar sus murallas, de
adentrarse en sus estancias, de descifrar sus claves, de moverse en su
misterio, de conocerlo, de gozarlo. Sin embargo no se darán tal conocimiento ni
tal gozo si el propio objeto de la búsqueda no se deja penetrar, no se expresa,
no se revela. De ahí el vehemente deseo - «Quiero abrazar tu cuerpo / aunque
sea de piedra y de silencio» -, de ahí la súplica insistente - «¡Dame otra vez
tu voz!» - con los que arranca el libro en su primera parte.
Pero el deseo y la súplica tampoco bastan. Se
requiere, además, un predisponerse, una praxis ascética que habilite para la
percepción de lo que apenas se manifiesta, se insinúa, se oye: «Hay que dejarte
a tu aire / y hacerse a incertidumbres en la espera: / cuando aún no dices
nada... (cuando..., cuando...)». «¿Y a quién no hiere y sana el dardo del
silencio si lo alcanza?». El «Todo es sonoro en el silencio» de la segunda
parte no es contradicción sino el secreto y la clave para el descubrimiento si
alguien se pertrecha de la actitud receptiva de la escucha.
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Tal puede haber sido el deseo, tal
la predisposición expectante que la palabra desvelada (tercera parte del libro)
puede inducir a un exceso en la estimación del objeto contemplado, a pretender
sublimarlo y elevarlo a la categoría de símbolo. Sin desdecirse en nada de un
amor por el objeto «desvelado» – el castillo –, amor que ha visto crecer conforme
él mismo se explicaba, el poeta quiere dejar las cosas en su sitio, en su
escueta y descarnada realidad: «Y solamente elevas tu presencia / aquí / ¡tan
solo!». Le ha bastado un endecasílabo sonoro, con el que parece tomar cuerpo la
presencia, seguido de dos versos a modo de acentuaciones o acordes finales –
«aquí», la certeza del lugar, «¡tan solo!», la fuerza de una presencia sin
aditamentos – para concluir la cuarta parte y el libro mismo. Eso es todo. Y el
poeta con ello se contenta, con la emoción que ya ha experimentado. Y conserva
para sí el ardor que crecía en su corazón conforme la voz de piedra iba
desgranando su palabra.
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