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Castillo de Loarre: un emblema para Aragón
Falta
algo por decir, importante al entender del autor. El título completo de este
poemario es «VOZ DE PIEDRA. Castillo de Loarre: la palabra de un pueblo».
Tras
su lectura no parece que pueda quedar duda para identificar a ese pueblo con
Aragón. Lo confirma la alusión explícita de los dos primeros poemas del
itinerario Extramuros: «A desmano del moro, en la hondonada», «Soy Aragón, en
Loarre, el paso en firme, el reto». Y hay también referencias a otros avatares
históricos que lo hacen - 7 -
inseparable de la historia de Aragón:
véanse los poemas «Peregrina, hasta Roma, del Oriente», «De estos palacios –
asombrados hoy / ante su propia ruina» y «Vigilia».
Tampoco
debería haber duda en identificar a ese pueblo con la «palabra pronunciada». Es
decir, con la conciencia que tiene – ¿o podría tener? – de sí mismo, confesada
con la excusa de contemplar e interpretar «su» Castillo de Loarre. Éste es el
«monumento cumbre del arte aragonés» (no olvidar la rotunda afirmación de Durán
Gudiol). Loarre está vinculado a su historia ya desde su origen y al momento
más decisivo y significativo para su futuro como «pueblo» con una identidad
propia. Decisivo y significativo, sobre todo, por lo que tiene de decisión
arriesgada, de carácter emprendedor. Lo contrario – permanecer para siempre
«hecho un ovillo» en los valles pirenaicos – habría sido la «demencia»:
un «ser para apenas ser», menos radical que el de Hamlet y, por eso, más
insignificante, más desalentador, tanto más triste por tratarse de una demencia
precoz, en plena juventud, desde el origen. ¡Cuánta similitud no tiene hoy
nuestra encrucijada con aquella!
Para
nada servirían los recuerdos gloriosos ni la exaltación o el encantamiento ante
hechos o monumentos significativos si la conciencia que de sí tiene el pueblo
de referencia no estuviera inextricablemente marcada, como metáfora, por una
«voz» propia que se deja y hace oír, por una «voz de piedra», expresión de su
solidez.
Y
es aquí donde se debiera desechar cualquier duda frente a la «solidez» de
Aragón, hoy y en el futuro: ¿se trata de una afirmación o de un reto? Porque,
puestos a remedar la del Castillo de Loarre, ¿lo haremos, metafóricamente
hablando, con piedra y sobre la roca o sobre el conformismo, la limosna y el
folclore? «Entonces lo imposible se ponía / en pie tan sólo como un acto de
verdad / con sello de lo eterno» se canta en el poema «Pueblo». Allí mismo, a
raíz del desconocimiento de los ideadores y constructores de esta obra
monumental y preguntándose por su nombre concreto, se da una respuesta
contundente: «No me pidáis un nombre. / ¡Preguntad, sin embargo, por un pueblo!
/ Llevo el nombre de todos. Yo soy ellos. / Llamadlos por el mío: Castillo de
Loarre.»
Los
pueblos, para vivir y construirse, también necesitan de símbolos. Y, en este sentido,
el Castillo de Loarre debería ser emblemático para Aragón.
Carlos GARULO
Roma, 18 de
abril, 2004
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Son los niños quienes
encienden las hogueras
y gritan ante las llamas en la noche cálida
y quienes echan sal a las llamas para
que crepiten.
Pero eres tú
quien conoce el encanto de la piedra
en la roca
batida por el mar,
la tarde en que cayó la calma,
tú quien escuchó a lo lejos
la voz humana de la soledad y el silencio dentro de tu cuerpo.
Yorgos SEFERIS
Hoguera de San Juan (de Cuaderno de
ejercicios I)
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