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Tuve
a tiempo el Ebro entre mis manos
y en
todas partes surge
la
cal desoladora de la estepa.
J.
A. LABORDETA, Cantar y callar
DE ESTOS PALACIOS41 -ASOMBRADOS HOY
ante su propia ruina - el rey parte
a la ciudad soñada, prometida,
como a encuentro largamente anhelado,
con la certeza de un amor eterno
que el ansia disparada por los arcos
rubrica con sus flechas en el aire
y jalea el piafar inquieto de caballos.
En un parsimonioso y lento rito,
la majestad se viste de jubón,
loriga y yelmo. En alazán de trote
brioso ya cabalga precediendo
el larguísimo andar de una escasa
mesnada. De su mano, la realeza
se revela como pastor de pueblos,
sacerdocio que ausculta los arcanos.
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Una saeta, en tanto, reconoce
el terreno. Y silba su veneno
por los pocos resquicios vulnerables
que le deja el acero o el descuido.
-Aunque mucho más hiere o cierra el paso
vivir anclado en el ser por ser sólo
o hacerse a la costumbre de paisajes
de cal desoladora o amarrarse
a la duda sobre la propia suerte
zumbando eternamente en los oídos
o a despropósitos de una ambición
desorbitada.-
Así
cierra sus ojos
como profeta en los umbrales mismos
de una patria recibida en promesa.
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