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II
«NONNE
COR NOSTRUM ARDENS ERAT IN NOBIS?»
(Luc. 24, 32)
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CONFORME SE DESTILAN ESTOS VERSOS
voy sintiendo la misma extraña sensación
de alivio y despertar que aquellos pobres diablos
de Emaús escapando del frente de batalla
con la derrota a cuestas: al compás de unos gestos
que les interpretaban lo aún no comprendido,
su corazón ardía y sus pasos regresaban
lentamente al futuro – varado en los orígenes
por su lastre de miedo. Con el tiempo
he llegado a entender la densidad
de tu visión y tu discurso sólo
a la luz de aquellos de tus gestos
más elementales y elocuentes que acrisolan
las palabras que aspiren a altos vuelos
y a resonancias amplias. A cada avemaría
de un rosario – ¡y son tantas! – ceñiría un
recuerdo.
Aún te veo - cuando te conocí, yo un bisoño –
recogiendo y planchando con la mano
los cuatro garabatos con los que te explicaba
cuatro ideas vulgares, habiendo ido a parar
ya al cesto de papeles: te excusaste
con un «Así tendré un recordatorio».
O, cerrando los ojos y sin mover un músculo,
plegar velas sumiso tras haberte mudado
- sin el alerta previo - voz y escenografía
para la más trascendental alocución
de tu vida hasta entonces.
Era lo mismo el «¿Crees
que sirvo para eso? ¿No me valoras mucho?»
que aquel «Gracias por tu franqueza cruda»
tras espetarte razones sin adobo.
Era capaz tu letra puntiaguda
de llevar en el corto recorrido
de sus ríos las aguas del aprecio
o de servir de puerta ruborosa
a alguno de tus sueños y ambiciones.
No amaneció el milagro que para ti esperábamos:
pero damos con él al releer el libro de tus
gestos.
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