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OBSESIÓN
COMENZÓ DESFILANDO
a gran velocidad por mi
cerebro
como si fuera el viento, uno
de tantos,
un simple pensamiento. Otra
vez
se paró a contemplarse en
todos los espejos
que encontraba en mi casa.
Desde entonces
empezó a frecuentarme con
gran asiduidad
y se sienta a mi mesa sin
haberlo invitado,
abocando las negras
comisuras
de su boca a mi vaso. Y ha
dormido en mi cama.
Abrazado mi cuerpo como la
ropa íntima.
Rezado distraído las mismas
oraciones.
Conversado en mi nombre con
mis mismas palabras.
Se cita con mis propios
amigos, a las mismas
horas, en los mismos sitios
y cuenta
lo que siempre les cuento.
Ha huido conmigo y con el
mismo
billete de avión a idénticos
paisajes
lejanos. O al cine. A un
concierto. A pasear.
De copas. A tomar una pizza
en el Trastévere.
A gritar como un energúmeno
en el campo
de fútbol. Y los libros que
más quiero, en sus manos,
han sido subrayados en las
mismas palabras,
con trazos que todos
aseguran que son míos.
Se ha asombrado, con la boca
abierta,
como yo hago a veces, en San
Luigi
dei Francesi, delante de los
lienzos
de una luz circunscrita
entre tinieblas
por el sutil pincel de
Caravaggio.
Se ha puesto a trabajar y en
sus manos
estaban los mismos
utensilios que yo uso. - 20 -
Con mi nombre ha firmado, el
caradura.
Respondía – “ Soy yo. Hola,
¿qué tal?” –
al teléfono cuando a mi me
llamaban.
Me he admirado cómo su voz
era mi voz,
mis ojos su mirada. El
sinvergüenza
consiguió engañar a todo el
mundo
como un vulgar farsante o
con la exquisitez
de un refinado diplomático.
¿Por cuánto tiempo no ha
insistido en mí
esa sombra royendo
con ansiedad idéntica a la
culpa?
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