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ENTENDIMIENTO
NO
TE QUEDA UN MILAGRO DE SOBRAS, SEÑOR MÍO,
en
tu alforja sin fondo, poderosa?
Sólo
fuera una máscara de oxígeno.
Consolarme
con paño humedecido
en
perfume que aliviara la fiebre,
frenara
la ansiedad y el desasosiego
de
vueltas y revueltas en la cama
como
en el pensamiento,
librara
nuestro trance de obsesiones.
Decirme
una palabra antes de que la testa
cayera
sobre el pecho como un punto final.
¡Yo
me conformaría!
¿Aún
no te das cuenta de que he ido
bajando
el listón de aquellas exigencias
iniciales,
que no pido la luna,
que
ya he tocado fondo después de haber caído
desde
unas estancias comodísimas
de
nubes de algodón, ahítas de agujeros
y
de inconsistencia?
¿Quién
me habría dicho que aquellas nimiedades,
miradas
por encima de los hombros,
incubaban,
con terquedad de proa,
las
penas que ahora llegan como un río imponente,
puestas
en fila india,
pisándose
el talón unas a otras,
sin
una decadencia en el respiro,
hasta
acabar poniéndome de hinojos
y
hasta estampar la firma
bajo
una rendición sin condiciones?
¡Oh
vida!, ¿quién te entiende por mucho que razone?
Y
ahora el milagro que yo pido,
Dios
mío, es sólo el de entenderla.
Tal vez el de entenderme.
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