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POESÍA
“Seguro assento na coluna firme
dos versos em que fico,
nem temo o influxo inúmero futuro
dos tempos e do olvido”.
Fernando PESSOA, Odes (de Ricardo
Reis)
ENTRABA
YA EN EL SUEÑO CON « LAS FLORES
del mal » entre
las manos. Y aquel
“La Creación es templo de pilares vivientes
que a veces salir dejan sus palabras confusas”
pulsó yo no sé bien qué oculto resorte.
Lo cierto es que saltaron cuerpo y alma
del lecho, con el solo pudor sobre los hombros,
en busca de un papel y de un lápiz
con los que abrir sin ruido la puerta a este poema.
¡Oh poesía, amante,
compañera de amores indecibles,
siempre atenta a escuchar las emociones
– a veces tan confusas – que acceden a librarse
del templo de pilares vivientes, de una pompa
pontifical de tiempo ya desierto.
Se aplican tus finísimas manos a lavar
los ropajes que ni yo mismo sé
cuándo en el baúl anclaron con la licencia
caducada. Te veo dar jabón,
resistir al cansancio
mientras la culebra del agua va aclarando
la espuma que insiste en retenerte.
Sueles decir que es bueno que lo que estuvo oculto
sane de su ceguera con la luz y al aire.
Cargando a tus espaldas mi ser y mi vergüenza,
secas en tu ventana miserias redimidas.
Te colocas los lentes de coser
y emprendes la tarea paciente de zurcir
los detalles. De punto en blanco deja
tu plancha mis camisas y así sigo sintiendo - 29 -
– sin confusión – las ganas
de percibir la vida que ya vi sin sonrisa.
Pienso que más que amante
eres madre que me engendra en su vientre
y que antes de alumbrarme
de nuevo me recría con besos que compensen
las duras pruebas que me esperan. A ti acudo,
después de cada golpe, como a un espejo
de reflexión perfecta que da la exacta imagen
- sin los trucos y trampas consabidos -
a la que dudo por algún instante
si llamar por mi nombre y extender mi firma.
Yo sé que no soy fuego inextinguible.
Me contento con ser la doble llama,
roja y azul, que despunta en el aire
con su temblor de neófito el fuego.
Frente a la recoleta sed que exhala
el denso amor en llamas de mi templo,
siento una de tus manos sobre el hombro,
la otra con un pocillo de agua fresca
para enjugar mis labios de la fiebre.
¿No será acaso vino,
para escapar, borracho, de los legales límites
en que amordaza estérilmente la cordura
de los tiempos que corren o del futuro olvido?
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