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CONCIERTO
LE
HE DICHO POR TELÉFONO A BEETHOWEN
que me dejara en paz. No estaba yo
para novenas
imponentes a esas horas.
Me ha dolido en el alma responderle así a Ludwig
cuando he retenido con las puntas
en vivo de mis dedos sus sonatas
y vibro siempre y más con su locura sorda.
Golpes en el tabique se llevó el heavy metal
hasta que no bajó decibelios mi vecino.
A Sevilla me fui, con mi desasosiego
de torero en capilla, a coloquiar
con don Joaquín Turina. A su lado,
en profundo silencio, con la fina
amistad de una manzanilla jerezana,
se fugaban los miedos y tensiones
de mi ruedo febril mientras las cuerdas
de su Oración en trance traspiraban
conmoción de unos ojos frente al toro,
tan salvaje, tan próximo, tan íntimo.
Una serenidad como de muerte
(algo me removía los adentros)
transmitían
obsesivos
los timbales
de Charles D’Helfer
en ritos funerarios de corte de Lorena
Asociaba
mi alma levitante
a ese mismo espíritu
que aleteaba solo por las bóvedas.
El templo, saturado
de fastos de vanidad cumplida, suspiraba - 31 -
por abrir sus espacios sin apenas
desplegar los sentidos.
Ausente, me abismaba
Debussy en su catedral mientras la parsimonia
de las aguas, en lentos bajos de pedal,
deglutían mi propio
templo consumándolo - sin voces, sin palabras,
con leves estertores rígidos como el mármol -
en la imperturbable placidez
de cuanto muere y se sumerge.
De esa
eterna placidez de las raíces
de un océano, con poder inaudito
- allegro
e maestoso -
de contrabajos y violonchelos al unísono,
me arrebataba Mahler.
Veo aún con nitidez,
delante del atril, su fragilísima
figura deslizándose, más lábil si cupiera,
tras sus pequeñas lentes circulares. La veo
alimentar en boca la insaciable
voracidad de instrumentos y de coros,
para cantar, al fin,
la fe que me proclama.
Sonidos sumos,
sonidos resurrectos reverberan
en los bruñidos autos de este día:
“Cree. No has nacido inútilmente.
Ni en vano has vivido y amado”.
¡Silencio! ¡Haced silencio! Que aún las palabras chicas
distraen al silencio.
Pero que su presencia inconfundible
no me despierte el alma sumergida,
todavía extasiada - 32 -
AHORA, CON
UN CHANDAL DE DEPORTE
y los auriculares del compact al oído,
paseo por los labios gruesos del sendero,
íntimo y lineal, de unos pinos romanos.
No es Respighi quien me habla.
Bajo el sol
del África, allá en Lambarené,
Bach explica su amor sin renunciar un ápice
a su armonía limpia de cámaras barrocas,
de clavecín, de órgano. (Albert Schweitzer,
como un pastor de pueblos,
había antes curado en su hospital
la negra herida de las armas blancas.)
Las figuras de un marfil moreno
se rizan de tantas contorsiones.
Un frenesí sonoro, de irrefrenables ritmos
que saltan como chispas de la oquedad de tantos
vientres vacíos percutidos,
las embriaga.
Cantatas
más bellas y sagradas son aún
tus cantatas, Johan Sebastian, cuando
otros cuerpos las pronuncian y rezan
sin renunciar a su alma en el camino.
¿Por qué no será así lo que yo veo?
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