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Carlos Garulo
En el cuerpo del alma

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  • IV
    • MAÑANA. SIN MÁS VELA QUE EL CUERPO DE MI ALMA
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MAÑANA

Miente la sed de quien se queda;

la verdad es de aquel que parte.

Antonio GALA, La acacia

 

 

SIN MÁS VELA QUE EL CUERPO DE MI ALMA

- como parva aventada en las eras

buscando claridad entre el grano y la paja -

otra vez parto y ni siquiera a dónde.

 

Parto otra vez y no a dónde. Aunque

me hayan apuntado la nueva dirección

en un trozo de prisa mal cortada.

Escrita en cuatro rayas y a lápiz,

se encargarán muy pronto de hacerlas ilegibles

el remirar nervioso de la búsqueda

que no da con la orilla auspiciada

y el roce del bolsillo en donde se abandonan

luego la impotencia y la rabia.

 

He sido yo, impelido, otra vez,

en dar la orden de partida.

Mejor hacerse al mar

incierto, donde nadie te atrapa

con la segura amarra de sus puertos.

Mejor el desposorio con las aguas

y su vivir de ola, más potente

que tú pero tan noble que ruge su fiereza

y agita desde lejos

la paz en sus banderas espumeantes

sin esconder la furia de sus embates bravos.

Mejor sorber la sal que hasta el aire respira

y que ha de sazonar la entraña, los pulmones,

y el pensamiento afecto a referencias nuevas.


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NADA DEL MAÑANA. Y EL MAÑANA,

después, será otro día

para el que habré de empezar cuanto antes

a concebirle un cuerpo, a imaginar

un nombre,  a enamorarme de sus vuelos

de altura, a barruntar que antes de lo que yo quisiera

será de nuevo tierra firme, un continente

que me pondrá - ¿es, acaso, mi sino? -

con la proa en el mar y cuatro rayas,

por toda dirección, en el bolsillo.

 

Y en el martirio incruento de este eterno

retorno a la libre y segura incertidumbre

de los mares, algún pez sabio, de belleza

y color jamás vistos, se sumará a mi oído

con su canto. Ya lo que dirá,

porque lo intuyo: el mar es tu destino,

interminable ser en movimiento,

al que has de cabalgar y de domar

de su ímpetu hasta hacer habitable

la envidiada cresta de sus crines blancas.

 

¿Qué sabrá el pez – yo pienso -

del estremecedor escalofrío

con que el fuego del agua conmociona

el alma y le sacude de encima

las ganas de remar y de flotar

y de vivir?

       Y aunque así no fuera,

yo – nacido en mar de tierra adentro

sin otras referencias que el terrón y el polvo

que acompañaron siempre

al sudor y al cansancio del arado -

pienso que arar el mar carece de sentido.

Si juego, en cambio, a roturar el campo

inquieto de las aguas y su entraña

será tal vez porque el misterio hiere

y fascina con el terrible encanto

de su sutil circuito indescifrable.


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PERO YA ES DEMASIADO LO QUE APURA

esta pasión de un viernes que se alarga,

como un interminable día de autos,

sin que llegue un crepúsculo con luces

promisorias de un trozo de esperanza.

 

 

 

 

 

 




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