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TINIEBLAS
NO SÉ SI OSCURECE
DONDE MORAS
pero mi muerte me
recuerda el tiempo
interminable de tus
noches densas,
con tus pequeños ojos
bien abiertos
- luceros insomnes y al
sereno -
para ni percibir nuestra
presencia,
dormida al pie del lecho
por alzarse
tantas veces a la voz de
tu tos,
de tu suspiro y de tu
lamento.
Daba la incandescente
oscuridad
los penúltimos golpes de
tuerca
al asedio final de tu
ciudad
de muros abatidos. Tú
cosías
alas al pensamiento,
hasta entonces
planchado y recogido en
el armario
como si se tratara de
tus ropas.
Aun me parece ver a la sutil tiniebla
dar con el picaporte
unos tímidos toques en
tu puerta.
Y el paso por la
clínica, agitado.
Y el desnudar tu
desencanto en lágrimas.
De esta humedad - de puerto acorralado
por un sonoro embate en
la bocana
y por tantas incógnitas
un paso
más allá - respiraba tu
nave en esas horas
que eran nuevas, mohínas
e iniciales.
Partió sin convicción ni
arboladura.
A medida que los brazos del mar - 40 -
se agitaban negando el
perfil
al horizonte y vientos
invisibles
- tan distintos de los
que conocías -
conmovían el cielo hasta
ocultarlo
sumido en el llanto, se
alzaban
como alcázares soberbios
tus velas
arboladas y tu proa
aprendía
a remendar con pericia
creciente
aquel sutil tejido de
tinieblas.
¡Y tú, de mar, no habías
entendido
una sola palabra hasta
el momento!
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