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FUEGO
HASTA EL FINAL NO SE ENCENDIÓ EN TU CUERPO,
extrañamente, alguna
que otra roja cruz sin
importancia.
Pero una extraña sed, a
tus espaldas,
persistía impertérrita
en azuzar las llamas.
- Como en los viejos
tiempos del hogar
familiar, llenos de humo
perdido en la cocina,
con el pulmón y el
fuelle reventados
de soplos y sudores para
arrancar apenas
una chispa de luz, luego
una llama
diminuta y el fuego
crepitante
crecido en los tizones
aún verdes o húmedos,
y al final de esa muerte
áspera y luminosa,
la lumbre permanente
apretujada
de pucheros y el calor
del hogar
ardiéndonos la cara.
Ya era suficiente
en tiempos de pasar con
lo justo
pero teniendo a los
demás por compañía. -
La llama que arranca a
caminar entre tus carnes
lleva otras intenciones
en su entraña.
Nace atizada por el soplo
de tu postrada oscuridad
anciana.
Te prende por la espalda y por tu propio
pie te hace entrar
descalzo en esa tierra
de soledad sólo habitada
de absoluto.
Tronco a tronco - con la misma paciencia
con la que armabas los
pesados fajos - 42 -
en el monte para llevar
a casa –
la llama se alimenta de
tu cuerpo.
Te consume. Tu lecho es ya una hoguera
de fuego ritual como
para una pascua.
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