TRÁNSITO

SE IBAN IMPROVISANDO DE UNA EN UNA

nuevas horas extremas añadidas

que apuraban, tan lentas, la reserva

de lúcidos deseos expectantes

con apenas una vaga señal

de lo que había sido. Su aliento

humeante era una brasa ahíta

de cenizas en cuyo seno tibio

se estiraba hasta el límite la vida,

se mordía los labios la esperanza.

¡Qué tensión contenida

en el nervio del arco con su flecha

que debiera volar y que aún no parte!

¡Qué música en sordina de terciopelo mórbido

sostiene en sus fibras el rosal

que tiembla sin rosas de verano! ¡Qué atmósfera

de paz en aquel templo con los fieles,

expectantes y en pie, que aguardan a la espera

- sin esperanzas mínimamente razonables -

de segar otra espiga y completar

un manojo de entornos centenarios!

La duda del vivir duró un instante

de ahogo, vacilación, despido.

Quedó su señal fija en los brazos

abiertos del reloj en vespertinas

horas, siete y trece, de agosto,

día cinco, con aroma de nieves,

no obstante los rigores del verano.