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EN-TIERRA
VOLTEABAN
a
la muerte
las
campanas
provocando
su bronce el horizonte
de
una recóndita tristeza. Sólo
el
rumor de una cierta
cercanía
de olas
familiares
y amigas,
de
movimiento inquieto e insistente,
remojaba
los
labios
a
unos pies
sedientos
y perdidos
en
la selva aturdida de sus pasos.
El paso del cortejo se detiene
en
un campo acotado a la muerte.
Muro
de piedra y argamasa
que
conoció la cal alguna vez.
Silencio
compacto del ciprés, único
en
otear la vida que aún respira
y
circula allende esta espaciosa,
según
se mire, casa destinada
a
entenderse sin palabras, por fuerza.
Yerbas aún por cortar. Flores carentes
de
una gota de agua, sobradas de abandono.
Color,
sin seriedad, fuera de sitio,
dado
a brocha en el plástico. Las cruces,
en
los senos vaciados de los mármoles
o
enfermas en el hierro sin barniz,
a
nadie faltan. Visitas y oraciones,
pasado
el escozor de los primeros
días,
andan como si fueran flores. - 51 -
¿A la luz
de este silencio frío como un témpano,
ha de morir alguna vez la muerte
por cansancio de su oficio cruel y de sus viajes?
Una
losa de piedra no muy grande,
que
no consienta combinar con flores
marchitas
ni de plástico, tendrá
sobre
su recia piel mañana incisa
la
protesta formal contra el espanto
del
dominio de la resignación
y
un himno con letra de victoria.
No
morirá la muerte
de
muerte natural; sí de un dardo
fulminante
en el pecho y con los ojos
bien
abiertos para ver su final.
Verá en el arquero triunfador
a
la más excelente de sus víctimas.
Aún voltearán por tiempo a la muerte
las
campanas - provocando su bronce
llamas
de impotencia y desaliento -
hasta
gastar su voz. Y habrá un día
vibrante
de trompetas y metales
que
hará olvidar por siempre el voltear
-
con la muerte en el aire - de campanas.
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