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REENCUENTRO
HIJOS MÍOS, DEJAD
este
ligero peso de mi cuerpo,
sin
rumor, en el vientre de esta tierra
que
conozco tan bien como la palma
de
mi mano y reconozco en su intenso
y
húmedo respirar. Vuestra madre
descansa
aquí al lado y no quisiera
que,
como tantas veces, a deshora,
alzara
de su sueño la mirada
ni
pusiera en sus labios
mi
nombre antes del alba.
-¡Antonio, ya es de día!
- ¿Eres tú, Guadalupe?
- Veo que aún persiste,
como el agua
plantada
de tu huerto, la niebla que dejé
en
el titubear de tu mirada.
- ¡Todavía!
- De esta orilla del río,
que
tu pie ya ha alcanzado, sólo pende el fanal
de
la luz más intensa en la fresca
y
diáfana quietud de estas penumbras
donde
la inmortalidad respira
sin
prisas y sin dudas.
- Pensé hacerme a estos mares, por tu ausencia,
impaciente
y ansioso de la tibia y vibrante
orilla
de tus labios. Sirenas provocaban
con
cantos confusión en mis ojos, y en mis días
tardanza.
Temía desconcertaran
la
armonía de mis sentidos débiles
desganándome
el ansia de luz plena - 53 -
y
de hacerme a tu lado, sin distancias.
- Hasta el cielo que habito me llegaba tu anhelo:
“Cuatro
cordeles me aprietan
y los
cuatro son de muerte.
El que
más pena me da
es,
saladita, el no verte”.
- ¿De verdad me escuchabas? ¿Qué sentías?
- Saberme enamorada como cuando,
ignorantes
de las palabras bellas,
existía
en nosotros el adusto querer
a
secas de esta tierra:
madrugador
todos los días,
ungido
de piedad hasta los tuétanos
cuando
la vista gorda ya no alcanza
ni
a limar desamores.
Cántame
“Cantarico”,
otra vez, para mi sola,
antes
de acompañarte
ante
Aquel que por verte y por tenerte
desespera.
-
“Cantarico de tu casa,
salada, quisiera ser
para besarte los labios
cuando fueras a beber.”
¡Cariño!
- ¡Mi amor!
- Yo te deseo.
- ¡Basta! Que este lenguaje aquí es del todo inútil.
- ¿Usáis otras palabras?
- Son todas vanas. ¡Vamos!
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