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REBAJAS
AESTE
TIEMPO - EN QUE EL VIVIR PARECE
no tenga más remedio que ir a todo
gas, por la vía más corta, saltando
semáforos en rojo - le hace falta
llevar en el bolsillo de sus prisas
los relojes de sol, que proclamen las horas
con sus latidos mudos. Y clepsidras
que protejan el corazón del tiempo
en el frágil cristal de su envoltura.
Los relojes de sol y las clepsidras
remedan al ciprés que crece como
un símbolo de calma enderezada
en el campo sagrado de los muertos
o en el jardín mecido por la calma del claustro.
En este tiempo - en el que hay que hacerse
de oro a cualquier precio y vestirse
al capricho que dicta la moda más rabiosa -
nos extraña que alguien se calce las espuelas
de pasar con lo justo, que su caballo rompa
con su trote y sus crines desplegadas al viento
las férreas murallas del dictado
y diga que es feliz.
En este tiempo en que el vivir parece
tenga que ir desnudo, a la intemperie
la mínima reserva de íntima emoción,
es casi equivocarse oír las caracolas
y el movimiento perpetuo de su sinfonía
de ecos y rumores acopiados
en horas de silencio y discreción
en el coral profundo de los mares.
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Para este tiempo de insatisfacciones
de lamentos más largos que la vida,
de ancianidad precoz y prolongada,
debería exhibirse en los balcones
el clavel reventón del entusiasmo,
que la luna, como un duende, robara
su semilla de sangre, que el viento
la sembrara - contra viento y marea -
en el océano, que se ahogara
con una piedra al cuello la tristeza.
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