DÍPTICO PARA EL JÚBILO

A Enriqueta Capdevila,

en su jubilación

[EN EL PALACIO GONZAGA DE MANTUA]

Era sólo una jaula de grillos la magnífica

sala de los relojes de palacio.

Uno a uno en tiempos sucesivos

accedieron allí

con el más noble afán de conciliar

el verdadero corazón del mundo

desde el desconcertado palpitar

de cada máquina. Una a una

se desprendían de las horas,

como de un hijo el vientre ya maduro,

escanciando en sus músicas diversas

el precepto de vivir y de ignorar, por muerte,

sus sonidos. En cada corazón

latía la verdad

de su hora  con una precisión

inaplazable de relojería.

[EN LA CALLE CALABRIA DE BARCELONA]

Hay gente que a tu edad

no deja de acudir de una manera asidua

al confortable salón de los relojes,

enfrascada en remendar las horas

mil veces repetidas

de un pasado de historias y recuerdos.

Ocupas tú, por el contrario,

los espacios abiertos, el futuro.

Sueñas que vuelves a vivir,

antes de que regrese el tiempo

de marchar despertándote

para dar de nuevo, de su mano, los primeros

pasos crepusculares

de un incierto camino y de un seguro abrazo.