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Carlos Garulo Metáfora final para «En el cuerpo del alma» IntraText CT - Texto |
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NOCHE
RAUDAS AFLUYEN LAS DESOLACIONES A HORAS DE NONA bajo un creciente hincharse de tinieblas la región de los sueños acechados de muerte.
Estos perros no muerden, pero ladran. Y hiere su ladrido más que el diente afilado del hambre, del sueño desvelado o de la rabia.
No hay rumor silente de estrellas que trasnochan o insomnes. Ni perfiles exactos de si algo vive y vibra. Esta noche es sudario de figuras inicuas: bajo la tienda de campaña, en lodazal de lucha y exangües fuegos de crepúsculo, celebran conciliábulo plenario y final.
— Llegaron todas, como eclipses, con el pesado fardo de sus negros trofeos a la espalda. Por riguroso orden de consumada violencia cerraron el círculo infernal de la aniquilación en torno a una mesa de banquetes. Aún cantaban, encendidos a un lado, los ordenadores, en sus rostros de plástico y luz distante, los incendiados partes y frías estadísticas de guerra. Los caballos y tanques piafaban, fuera, el nervio irrefrenable de sus patas y vientres contra el doliente estertor de sus víctimas frescas. Y, abiertos de euforia, los micrófonos de control abandonado amplificaban para oyentes occisos la soberbia deslenguada del naipe de los triunfos. —
La ebriedad pasea desenfrenada y de boca en boca, en ánforas y vasos, más hiriente con sus risas estentóreas. Hierve el aire con el hedor de sangre sofocada. El aquelarre descontrola su excremento de bacanal intensa. Al abrigo del triunfo duermen los centinelas. Fuera persiste, en su lejano y circular abrazo, la somnolencia gris de la devastación en sus rescoldos. LA NOCHE HIERVE SU HEDOR DE SANGRE SOFOCADA, de mármol esculpido en figuras inicuas, de desenfreno de caudillos por la soberbia hiriente de sus hierros, de risas que crecen, estentóreas y crueles, a medida que los discursos evocan y pronuncian los trofeos.
— Su ingenuidad creyó ser la primera piedra de una historia futura. Ya nadie llamará a esa puerta. Ni nadie escribirá su amor, ni nadie irá de ronda, ni esperará nada de nadie. Son para siempre un vientre desflorado, estancia estéril, como un paisaje devastado. ¿Por cuánto tiempo no insistirá la sombra royéndoles con ansiedad idéntica a la culpa? ¡Su ingenuidad creyó ser la primera piedra! Sin embargo, nuevos trazos enérgicos, cual verdades rotundas, definen el perfil más exacto de cuanto fuisteis siempre, nos gritaban. Tú misma eres la noche, repetían, parida de la carne del miedo. Con alaridos la luz pedía paso en su garganta a punto de asfixiarse. —
Es la hora extenuada del dilúculo. Al abrigo del triunfo emborrachado duermen los centinelas. ¡Oh sobrenoche, ebria e inerme, misterio yerto subyacente a la piel sorda de los mármoles! No hay perfiles exactos de lo que vive y vibra en las cenizas que aún humean en las urnas, pero respira, en su lejano y circular abrazo, la somnolencia gris de los rescoldos.
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