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Carlos Garulo Metáfora final para «En el cuerpo del alma» IntraText CT - Texto |
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ALBA
NO HAY PERFILES EXACTOS DEL GRIS DESASOSIEGO y somnolencia que vive y vibra en los rescoldos que respiran lejanías de circular abrazo. Un viento intemporal, sin piel, sin cédula de tránsito tras el toque de queda, trajina, de puntillas, alentando sobre las ruinas despeinadas. Y con el pie descalzo empieza a enjugar el lodazal del campo de exterminio hasta orearlo del barro y de las lágrimas en que la muerte había sumido ferozmente cuanto alzaba una voz desde el día inicial y feliz de todos los principios.
Retorna, corre, insiste y enloquece aquel hálito ubicuo sobre los infinitos puntos de horizonte en los que la indolencia se recuesta, inconsciente, en un sueño infligido, perverso, doloroso, profundo.
El primoroso soplo accede a desnudar de su inconsciencia al letargo fetal y a alumbrar en él un cuerpecillo frágil, de ascua que sonríe y apaga su sonrisa rusiente como muda hesitación de que el regreso a la vida fuese de nuevo un riesgo de sueño irresistible.
Apenas la llama toma cuerpo, la duda se desalma.
Y el viento, erguido y complacido, respira su potencia cincelando un círculo lejano de llamas alborales, que crepitan los salmos de su leña de origen mutilado mientras devoran lentamente los mantos sospechosos de la noche.
EL ALBA ACLARA EN LENGUAS LEJANÍSIMAS de llamarada fresca los silencios del vientre fatigado en la difícil digestión de sus maldades.
Irrumpe, con la celada desenvuelta de sus cabellos sueltos, en las estancias ebrias de los triunfos efímeros para que abreven, lujuriosos, sus babas en el cebo de la mujer de palabra de seda, de exasperado sexo ofrecido por la causa de su ciudad sitiada y devastada.
No figuraba en códigos de guerra que la seda, acomodada al vendaval del desespero, escurriese de sus pliegues un lenguaje de espadas de tajo decidido, fulmíneo, que separan limpiamente del tronco la multicéfala expresión de los horrores por el certero golpe en sus gargantas profundísimas ya sin canto. EL ALBA ARRANCA CON SU TAJO DE LUZ INCONTENIBLE los gritos a las máscaras y la calambre paralizante al miedo, todavía sentado tristemente en sus propios rescoldos, tan grises, tan tibios, tan fetales, tan lejanos, tan sin querer vivir. El tajo de luz es agua mansa y fresca que disuelve las vendas de los ojos despabilándoles perezas adheridas con el tiempo. El agua mansa es céfiro, el primer compañero que te besa en el rostro cuando aún se arrastra el sueño del dolor. El beso se declara perfume que fuerza al pensamiento a que ose, perdida la inocencia, a avizorar presagios ya en los vuelos primeros e iniciáticos. A decirle al reloj, que si cuadran sus cuentas de rígidas agujas, no siempre se alcanza a asentarles un perfecto sentido. Alba, tajo de luz, céfiro y agua restañan las heridas al dolor que fue capaz de desnudar los deseos profundos que supura el alma sin contar con el cuerpo y los coloca a la sombra de la luz más intensa, vestidos de evidencia. Al paso incontenible del alba, de su tajo de luz, de su agua manantial, del bálsamo eficaz de su ósculo puro, las máscaras retuercen su abandono con muecas indecibles. Y ven que los despojos que trajeron al mundo con sus burdas hazañas se sienten ave y pentagrama con respiro de esforzado registro y que la muerte era una simple, aunque amarga, palabra.
SIN SUDARIOS DE MUERTE, LA NOCHE ES TRASPARENTE, DIÁFANA. (No es negra. Ni blanca. Ni pálida. Ni atroz. Ni andamio de procaces audacias descarnadas. Ni guadaña que afila el desconchado diente en el talle cimbreante del hombre. Ni hembra estéril. Ni madre parturienta de tinieblas. Ni asesino en horas imprevistas, súbitas. Prueba en el yunque, sí, de un tiempo en que vararon el pensamiento alado, la adolescencia de inmortal bello cuerpo, el sexo acomodado a la pasión más inmediata o a la más rutinaria, el taladro de mirar penetrante, la postración de hinojos del puesto de trabajo en las colas larguísimas del paro, los alborotos de gozo de la vida clavada con alfileres a un seguro, los punzantes rosales de una fe acostumbrada a la doma pertinaz de los misterios, el paso lento y arrastrado por la cavilación de cada instante, el deseo que no llega a buen puerto, la memoria sin mástiles ni velas, el arma blanca del tumor mortífero penetrando sin más los entresijos de los tuétanos, la candela de ojos exhaustos de mecha y de aceite, la tempestad surgida de los profundos mares ignorados, el viento raptor - en alta mar – de la locura.)
La noche – se dirá algún día – , la muerte, fue en un tiempo el grito poderoso de la realidad que ansiaba de nuevo su principio. Y su desgarro ululante fue acallado por aceros de luz.
El alba ya ha acallado desgarros y silencios de esas ansias con los lamidos in crescendo de sus lenguas de fresca llamarada.
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