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Antonio Garulo Perez - Carlos Garulo Ena Música acordada para unas coplas de mi padre IntraText CT - Texto |
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DEL PASO DEL MARROJO
A Enriqueta Capdevila y en ella a quienes se entregan a educar con ilusión.
I Con fe en la maravilla suficiente de la arena en ascuas quemando el aire como incienso, un día, de la mano del milagro, cruzamos el marrojo buscando ese aire y ese espacio, ignotos pero vivos, que habitan precisamente allá donde las evidencias aconsejan frenar el pie en la orilla misma de la seguridad más placentera. II - '¿Vivir allá? ¿Mejor? ¿De otra manera?' Así se atasca el carro de egiptofaraón, preso en la inmóvil, minúscula, exacta dimensión de ese océano de tan frágil cristal e instalado en la comodidad de lo imperfecto, a gusto, inapetente de vida superior - ¡tan suprema! -, no natural a su naturaleza. III Se encendieron cerezos en el huerto imposible de la otra orilla. Extraños géiseres de agua fresca alumbraron de entrañas ardentísimas. Anidaron los pájaros y poblaron leones sin límite el desierto. De puro caminar se abrieron los caminos y rodaron toda clase de máquinas de cuerpo articulado pintando, al paso, el cielo como lo pinta el airoso penacho de un soberbio guerrero. Hasta la luna, cada noche, puntual, acudía acreciendo su cuerpo a proteger los sueños de quienes por soñar enloquecían cuando extrañaban sueños bajo el sol y la luz imponentes de los días mortalmente monótonos. Sólo así era posible abreviar las distancias en los mares cortando el velo terso con el cuchillo gris, disciplinado, de una trainera, o instrumentar cultura lapizando en color el lomo blanco del papel con vuelos primerizos mas de vigor y decisión tremendos. Por un ojo curioso, alzado de las aguas tantas veces como el capricho apetecía, se podía observar a egiptofaraón con el asombro que produce el milagro y la alegría con que la fe, sin comprenderlos nunca, se apropia de los dones de la divinidad. Pero un día, de la mano también de otro milagro, con los pasos en duda salvó de aquel marrojo nuestra incierta orilla. Y un carro de fuego y pegasos magníficos arrebató sus miedos bañándolos en ese aire fresco de los espacios salvos que habitan siempre más allá, precisamente más allá de donde aconsejan las claras evidencias frenar el pie y ceñirlo a orillas de la seguridad.
IV Aquel día, cruzando los espacios, clavamos el miedo en sus fronteras. Habrá otros días nuevos por venir cuyo recuerdo ya poseo vivo.
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