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Carlos Garulo En el cuerpo del alma IntraText CT - Texto |
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PREPARACIÓN DEL LIENZO O CONVOCACIÓN DE LOS SENTIDOS
SOBRE LOS PROPIOS PASOS, TRAS LOS CUERPOS, rastreando el perfume fugitivo, ¡hay que ir y venir tantas veces tras su alma de evanescente vértebra, de voz esquiva, de corteza de piedra pedernal con fuego y luz aún por despertar en las entrañas...!
Hay que ir y venir de las cosas – Escanciarles tiempo. Huirlas. Espaciar los sorbos. Regresarlas. – aunque sea tan sólo para atisbar rumores allí donde reside en su secreto la ardiente soledad de la belleza: en su inutilidad imprescindible y cruda, en su misterio – de frías apariencias, cerrado a cal y canto – de incontables historias por narrar, en informales formas que obedecen sólo a un grito o a un beso o a un suspiro, en su callada música albergada bajo arcos de afrutada arquitectura, en su linfa, en su médula invisible con un disfraz al corte de tanta incertidumbre, de tanta circunstancia pasajera.
Revestidos de la sedosa piel de lo inaprensible se mueven por la calle los misterios: – La pujante arrogancia de los jóvenes, los viejos en su triste e irrefrenable decadencia. La jícara de aceite que debiera aliviar y que no alivia la erupción chirriante de los quicios indómitos. La libertad hecha aún una madeja de hilos por trenzar, o ya imposible. Los laberintos del jardín de brumas y susurros de fuentes y de pájaros, estuche vegetal de ocios y de pasos y de besos. El armazón severo y sustancial, la filigrana. El tallo despuntante erguido con la savia de la soberbia nueva, el tronco soberano con la carcoma dueña de su vientre. El instante que se hace interminable y la eternidad pronunciada como una palabra monosílaba, leve, - ¡ah! - de suspiro. La nota discordante en la armonía del canon o su encanto asumido en el lenguaje conclusivo, oscuro, de la totalidad inabarcable. El abismo sin fin y el sin perfil espacio. La carne ansiosa en otra de sí misma o la adorable seda de la piel sin pasión de los infantes. La transición con aires de inmutable eternidad, lo permanente y sabio. La altura, los volúmenes. El sabor y el olor. La cercanía, las distancias. El color y el amor tan diferentes del día y de la noche. Saber la hora sin reloj, saber el rumbo si aún están por moverse las sendas como sierpes bajo los pies del viandante, cuándo se va hacia atrás, cuándo adelante, cuándo naufragan los nenúfares, gime una dalia, mueve el ciprés su rigidez de rostro de hilo al son sutil del viento o toma el baño el agua, cuándo... –
Y aún y bucear las hondas cimas en el vientre del mar, queda el salto mortal sobre el abismo insaciable de lo cierto y lo incierto, el error, la verdad, el penoso aleteo persistente de la duda y ese sudor frío con los ojos vendados que responde al nombre de mentira. Aún esperará, intacto, el vaso del misterio. Pero se habrá iniciado el balbuceo de la sabiduría y tocado con las yemas, heridas en la búsqueda, el mismísimo cuerpo del alma entreverada. Cosido a esa su carne tiene el nido la irredenta pasión de la existencia.
Para vivir, ¡para vivir tan sólo!, hay que ir y venir de las cosas – Escanciarles tiempo. Huirlas. Espaciar los sorbos. Regresarlas. –
Sirve poco la ciencia bajo el brazo. No vale ir de visita ni con prisas.
Sobre los propios pasos tras los cuerpos. |
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