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Carlos Garulo Voz de piedra IntraText CT - Texto |
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Temática y estructura para un libro peculiar de poesía
Voz de piedra tuvo su primera redacción en 1980. Más tarde, aún manteniéndose fiel a la concepción original, fue reescrito en su totalidad en el verano del 2000. Dos nuevas revisiones del texto durante 2002-2003 han conformado la versión definitiva.
La temática se ciñe a un objeto contemplado - un castillo medieval - con la clara voluntad de cantarlo. Y el modo de hacerlo, es decir la composición del libro está construida siguiendo algo tan normal y corriente como una visita cultural o turística a un monumento. En este caso el Castillo de Loarre (Huesca, España), «el monumento cumbre del arte aragonés y una de las mejores fortalezas románicas de Europa, si no la mejor», en palabras de Antonio Durán Gudiol, el gran estudioso del románico.
En general, para las visitas a los monumentos, los guías acompañan a los visitantes en un recorrido predeterminado y, al paso, suelen explicarles el entorno, el enclave concreto, la arquitectura, el arte, la historia con sus nombres propios, con sus hechos de armas o eventos sociales. Como los guías, el autor de Voz de piedra somete su discurso a ese mismo itinerario, se detiene en los mismos puntos, señala e invita a contemplar las mismas maravillas. Pero, a diferencia de aquellos, rehúsa ceñirse y limitarse a idénticas explicaciones. Conoce la historia y el arte de lo que habla, pero no los repite, los presupone. Si acaso, y sólo con afán de ayudar a algún lector necesitado, los deja caer tangencialmente a modo de notas técnicas a pie de página, algo no usual en poesía.
El poeta habla por elevación del objeto visitado, contemplado y cantado. Es decir, la roca natural y la piedra tallada, una torre, unas murallas, un portalón, una estancia, un crismón, una cripta o un ábside, un capitel, una cúpula semiesférica, una talla en madera cromada, una necrópolis o una inscripción funeraria, un patio de armas, un aljibe, una ventana ajimezada, un palacio apenas sugerido por sus ruinas, el viento, la luz, un paisaje inmenso casi sin horizonte, un pasaje histórico... son el punto de partida, la referencia obligada, pero sólo una anécdota circunscrita a un espacio o a un tiempo determinados e irrepetibles.
Por el contrario, la pretensión del lenguaje poético en Voz de piedra es trascenderla, apuntar a la categoría, hacer que una persona – o un pueblo entero – se piensen a sí mismos siendo capaces de romper las barreras al presente, y al pasado y al futuro inaprensibles, conjugándolos como si de una misma y única realidad se tratase. Por eso, puede que reconsiderando el pasado «regresarán la luz / y la sapiencia – que no tiempos idos – / a este presente opaco e insatisfecho / de neón y de láser, de rutas cibernéticas / que castran del ardor de la espera a los deseos»; o que frente a la duda o al desaliento por falta de perspectivas de futuro el castillo se intuya como «nave anclada en el monte / desde donde otear y perseguir / nuevos destinos impensables».
Trascendiendo incluso la historia y en una lectura estrictamente antropológica, los versos de Voz de piedra conducen al lector hacia adentro de sí mismo: «Entrad / y desde dentro dad una vuelta a la llave / para cerrar el paso a los miedos y huidas. / Peregrinad / a vuestra patria íntima solamente, solos». ¿No será, quizá, la peregrinación más difícil, pero también la más apasionante, a la que una persona o una comunidad están invitadas?
Todo el libro se articula como un poema unitario en cuatro partes diferenciadas, pretendidamente desiguales. La primera, la segunda y la cuarta están constituidas por un solo poema cada una y es el poeta – cada lector – quien interpela al castillo. Con su sobriedad, tienen la función estética de perfilar el marco de la obra, de focalizar su diana. En los cuarenta y cuatro poemas de la tercera parte, que conforman el corazón del libro, es el castillo - la piedra -, quien habla de si teniendo como oyente a quien le ha interpelado.
Con una cierta resonancia de Kafka o de Santa Teresa de Ávila, frente al castillo, frente al misterio de la morada interior, es el poeta o el lector quien confiesa su necesidad de escalar sus murallas, de adentrarse en sus estancias, de descifrar sus claves, de moverse en su misterio, de conocerlo, de gozarlo. Sin embargo no se darán tal conocimiento ni tal gozo si el propio objeto de la búsqueda no se deja penetrar, no se expresa, no se revela. De ahí el vehemente deseo - «Quiero abrazar tu cuerpo / aunque sea de piedra y de silencio» -, de ahí la súplica insistente - «¡Dame otra vez tu voz!» - con los que arranca el libro en su primera parte.
Pero el deseo y la súplica tampoco bastan. Se requiere, además, un predisponerse, una praxis ascética que habilite para la percepción de lo que apenas se manifiesta, se insinúa, se oye: «Hay que dejarte a tu aire / y hacerse a incertidumbres en la espera: / cuando aún no dices nada... (cuando..., cuando...)». «¿Y a quién no hiere y sana el dardo del silencio si lo alcanza?». El «Todo es sonoro en el silencio» de la segunda parte no es contradicción sino el secreto y la clave para el descubrimiento si alguien se pertrecha de la actitud receptiva de la escucha.
Tal puede haber sido el deseo, tal la predisposición expectante que la palabra desvelada (tercera parte del libro) puede inducir a un exceso en la estimación del objeto contemplado, a pretender sublimarlo y elevarlo a la categoría de símbolo. Sin desdecirse en nada de un amor por el objeto «desvelado» – el castillo –, amor que ha visto crecer conforme él mismo se explicaba, el poeta quiere dejar las cosas en su sitio, en su escueta y descarnada realidad: «Y solamente elevas tu presencia / aquí / ¡tan solo!». Le ha bastado un endecasílabo sonoro, con el que parece tomar cuerpo la presencia, seguido de dos versos a modo de acentuaciones o acordes finales – «aquí», la certeza del lugar, «¡tan solo!», la fuerza de una presencia sin aditamentos – para concluir la cuarta parte y el libro mismo. Eso es todo. Y el poeta con ello se contenta, con la emoción que ya ha experimentado. Y conserva para sí el ardor que crecía en su corazón conforme la voz de piedra iba desgranando su palabra.
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