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Carlos Garulo En el cuerpo del alma IntraText CT - Texto |
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UNCIÓN
ANTES QUE EL FUEGO QUEME TU PALABRA, ponga en silla de ruedas tu pensamiento sin pensar, sea tarde oscura el día último, pierdas sin darte cuenta la costumbre de mover bien las manos, antes de que te inquietes diciendo “!Cuánto tarda!” (pues sabes de una cita inaplazable) y entonces ya no sepas qué es esperar, siquiera, va con tu estilo madrugarle al fuego la luz del pedernal que despeje de incógnitas mortales el camino que resta.
Echando bien las cuentas y midiendo la inclemencia que veías llegar hasta tu puerta, pusiste proa y pie hacia las campanas que sonaban a todo menos a muerte. Bajo su bóveda elocuente de sonidos rotundos, al paladar pegados restaurando alegrías, se invocaba la vida: dar bálsamo a tus penas arrugadas y embalsamar tu alma, nana para domirte y una canción de cuna para alumbrarte.
Tú quieres prevenir que un repentino advenimiento te sorprenda, en fin, sin tener en la alforja las cuatro o cinco cosas esenciales que nunca te faltaron: fósforos para lumbre, vino y pan, sal y aceite. Lo demás no te importa, ya sabes apañártelas solo.
Mientras llenas la alforja, se relaja la rienda que tenía sujetos los recuerdos y cae la emoción rendida de consuelos. Y en el hacer memoria reconcilias el frágil navegar de tu velero con la firme esperanza que, en abierto contraste con tus fuerzas, ahora aún más te alienta.
Con tu cuerpo va el alma de la mano firmando armisticios sobre papel pautado con voluntad de paz eterna y duradera. Primeros en sentarse a la mesa de capitulaciones son los tuyos, tu entorno. Con ellos haces pacto de llegar hasta el fin con el amor crecido. Al entornar tus párpados el corazón te aprieta como un mea culpa pues te sientes paloma mensajera llevando en el mensaje, sin leerlo, la dirección exacta del destino. Tu vuelo levantado reconoce y acepta la parte de sinrazón que sustentaba aquel misterio de las sombras que te pudo habitar alguna vez sin tú haberlo querido.
No existían ya trabas ni barreras para hollar con pie propio los caminos de un amor endiablado que en la cima del monte se construye con maderos cruzados a la espalda.
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