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Carlos Garulo En el cuerpo del alma IntraText CT - Texto |
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CERCANÍA Álbum fotográfico para los amigos.
“Y pues yo fui mi enemigo en darme como me di, ¿quién osará ser amigo del enemigo de si?” Jorge MANRIQUE, Coplas a la muerte de mi padre
NO HAY SONIDOS NI SOMBRAS NI SOSPECHA de presencia alguna en el camino, y no voy solo. En niebla confundido por creciente distancia que galopa, la espalda fugitiva aún hiere con mano acorralante de horizonte de perros. No estoy solo. Y lo sé con la misma certeza de la herida de muerte que lame los instantes contados. Mientras ya muerto a todos los efectos - sólo con la rutina de un postrer, violento, coletazo del sistema nervioso, el pensamiento se sacude el polvo de los poros más íntimos, de sus sandalias frágiles -, una boca de larguísimos labios y de rostro ausente despoja, con extremo cuidado, de la sangre al pie que escupe heridas trabajadas en horas de fatiga. Es historia de amor. De cercanía. Y de consuelo cálido que facilita el vómito, pinta de nuevo las facciones lívidas con sangre que ahora, perezosa, resucita y vibra, sienta el músculo tenso al borde de la cama o lo acomoda al mullido diván del salón para que abra los ojos y recupere el habla. Esa mano, ese oído, ese labio, ese rostro, se multiplica, simplemente como un dios, en cualquier parte. - ¡Yo lo he visto y tocado y oído y besado con aliento y palabras y visiones! – Y, aún siendo el panteón una morada distante y de selectos, casi siempre te sorprende una de esas contadas criaturas con su paso coincidente y veloz en carretera, y su frenazo al verte tirado como un trapo en la cuneta.
Finge que tiene sed cuando te invita al bar para un café o un martini seco, y es la pura excusa para pagar el costo de tu sed en pozo tan ruidoso, tan común, tan extraño.
Hasta es capaz de darse una vuelta por la iglesia. Al ver tu dignidad por tierra - en un platillo desconchado donde defeca la limosna a golpes de metal y con prisa sin matarte el hambre -, te pone en pie sin darte un duro, sólo con pronunciar tu nombre ante tus ojos asombrados.
¡Cuántas veces no se habrá prolongado hasta el alba tu noche nicodema de respetos y miedos al qué dirán de ti si alguno te sorprende en tan poco recomendable compañía! En cambio no te entra en la mollera el volver a nacer para perder el miedo.
Desafía tu orgullo cuando tú, fingiendo pasarte de la raya de tan bueno, le pides un consejo: te propone venderte tú y quedarte tan desnudo de ti que tus despojos sean túnica que abrace el cuerpo ajeno.
Y otras veces resuelve el crucigrama del periódico mientras oye tu muda acusación de prostituta. En el fragor de truenos y de olas llega a desentenderse de tu miedo en el sueño. Y con el sueño le respondes mientras llora debajo del olivo, al sereno. Es más grave verlo morir con miedo, retorcido, taladrado de males y de escándalos que no van con su vida ni talante. Se va muerto y te deja a solas con tu muerte, mas con la luz, las armas y unas ganas inmensas de matarla.
No hay sonidos ni sombras ni sospecha de presencia alguna en el camino. En niebla confundido. No voy solo.
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