Cap. II: De aquellos que
no hacen penitencia
Pero todos aquellos y aquellas que no viven en
penitencia, y no reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y
se dedican a vicios y pecados, y que andan tras la mala concupiscencia y los
malos deseos de su carne, y no guardan lo que prometieron al Señor, y sirven
corporalmente al mundo con los deseos carnales y las preocupaciones del siglo y
los cuidados de esta vida: Apresados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas
obras hacen (cf. Jn 8,41), están ciegos, porque no ven la verdadera luz,
nuestro Señor Jesucristo. No tienen la sabiduría espiritual, porque no tienen
al Hijo de Dios, que es la verdadera sabiduría del Padre; de ellos se dice: Su
sabiduría ha sido devorada (Sal 106,27), y: Malditos los que se apartan de tus
mandatos (Sal 118,21). Ven y conocen, saben y hacen el mal, y ellos mismos, a
sabiendas, pierden sus almas. Ved, ciegos, engañados por vuestros enemigos, por
la carne, el mundo y el diablo, que al cuerpo le es dulce hacer el pecado y le
es amargo hacerlo servir a Dios; porque todos los vicios y pecados salen y
proceden del corazón de los hombres, como dice el Señor en el Evangelio (cf. Mc
7,21). Y nada tenéis en este siglo ni en el futuro. Y pensáis poseer por largo
tiempo las vanidades de este siglo, pero estáis engañados, porque vendrá el día
y la hora en los que no pensáis, no sabéis e ignoráis; enferma el cuerpo, se
aproxima la muerte y así se muere de muerte amarga. Y dondequiera, cuando
quiera, como quiera que muere el hombre en pecado mortal sin penitencia ni
satisfacción, si puede satisfacer y no satisface, el diablo arrebata su alma de
su cuerpo con tanta angustia y tribulación, que nadie puede saberlo sino el que
las sufre. Y todos los talentos y poder y ciencia y sabiduría (2 Par 1,12) que
pensaban tener, se les quitará (cf. Lc 8,18; Mc 4,25). Y lo dejan a parientes y
amigos; y ellos toman y dividen su hacienda, y luego dicen: Maldita sea su alma,
porque pudo darnos más y adquirir más de lo que adquirió. Los gusanos comen el
cuerpo, y así aquéllos perdieron el cuerpo y el alma en este breve siglo, e
irán al infierno, donde serán atormentados sin fin.
A todos aquellos a quienes lleguen estas letras, les
rogamos, en la caridad que es Dios (cf. 1 Jn 4,16), que reciban benignamente,
con amor divino, las susodichas odoríferas palabras de nuestro Señor
Jesucristo. Y los que no saben leer, hagan que se las lean muchas veces; y
reténganlas consigo junto con obras santas hasta el fin, porque son espíritu y
vida (Jn 6,64). Y los que no hagan esto, tendrán que dar cuenta en el día del
juicio (cf. Mt 12,36), ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo (cf. Rom
14,10).
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