De los que no hacen
penitencia
Pero todos aquellos que no viven en penitencia, y no
reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y se dedican a
vicios y pecados; y los que andan tras la mala concupiscencia y los malos
deseos, y no guardan lo que prometieron, y sirven corporalmente al mundo con
los deseos carnales, los cuidados y preocupaciones de este siglo y los cuidados
de esta vida, engañados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen (cf.
Jn 8,41), están ciegos, porque no ven la verdadera luz, nuestro Señor
Jesucristo. No tienen la sabiduría espiritual, porque no tienen en sí
al Hijo de Dios, que es la verdadera sabiduría del
Padre; de ellos se dice: Su sabiduría ha sido devorada (Sal 106,27). Ven, conocen, saben y hacen el mal; y ellos mismos, a sabiendas, pierden
sus almas. Ved, ciegos, engañados por nuestros enemigos, a saber, por la carne,
el mundo y el diablo, que al cuerpo le es dulce hacer el pecado y amargo servir
a Dios, porque todos los males, vicios y pecados salen y proceden del corazón
de los hombres, como dice el Señor en el Evangelio (cf. Mc 7,21.23). Y nada
tenéis en este siglo ni en el futuro. Pensáis poseer por largo tiempo las
vanidades de este siglo, pero estáis engañados, porque vendrá el día y la hora
en los que no pensáis y no sabéis e ignoráis.
Enferma el cuerpo, se aproxima la muerte, vienen los
parientes y amigos diciendo: Dispón de tus bienes. He aquí que su mujer y sus
hijos y los parientes y amigos fingen llorar. Y mirando alrededor los ve
llorando, se mueve por un mal movimiento, y pensando dentro de sí dice: He aquí
mi alma y mi cuerpo y todas mis cosas, que pongo en vuestras manos.
Verdaderamente es maldito este hombre, que confía y expone su alma y su cuerpo
y todas sus cosas en tales manos; por eso el Señor dice por el profeta: Maldito
el hombre que confía en el hombre (Jer 17,15). Y
al punto hacen venir al sacerdote; el sacerdote le dice: «¿Quieres recibir la
penitencia de todos tus pecados?» Responde: «Quiero».
«¿Quieres satisfacer según puedes, con tus bienes, por tus pecados y por
aquello en que defraudaste y engañaste a la gente?» Responde:
«No». Y el sacerdote le dice: «¿Por qué no?» «Porque
lo he dejado todo en manos de los parientes y amigos.» Y comienza a perder el
habla, y así muere aquel miserable.
Y sepan todos que dondequiera y como quiera que muera el
hombre en pecado mortal sin satisfacción –si podía satisfacer y no satisfizo–,
el diablo arrebata su alma de su cuerpo con tanta angustia y tribulación,
cuanta ninguno puede saberlo, sino el que las sufre. Y todos los talentos y
poder y ciencia que pensaba tener (cf. Lc 8,18), se le quitará (Mc 4,25). Y lo
deja a parientes y amigos, y ellos tomarán y dividirán su hacienda, y luego
dirán: «Maldita sea su alma, porque pudo darnos más y adquirir más de lo que
adquirió». Los gusanos comen el cuerpo; y así aquél pierde el cuerpo
y el alma en este breve siglo, e irá al infierno,
donde será atormentado sin fin.
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