I. Un camino fecundo trazado
por el Decreto Inter mirifica
2. Transcurridos más de cuarenta
años desde la publicación de aquel documento, se hace oportuna una nueva
reflexión sobre los “desafíos” que las comunicaciones sociales plantean a la Iglesia, la cual, como indicó Pablo VI, “se sentiría
culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios”2. De hecho, la Iglesia no ha de contemplar tan sólo el uso de estos
medios de comunicación para difundir el Evangelio sino, hoy más que nunca, para
integrar el mensaje salvífico en la ‘nueva cultura’ que precisamente los mismos
medios crean y amplifican. La Iglesia advierte que el
uso de las técnicas y de las tecnologías de la comunicación contemporánea es
parte integrante de su propia misión en el tercer milenio.
Movida por esta conciencia, la comunidad cristiana ha dado pasos
significativos en el uso de los medios de comunicación para la
información religiosa, para la evangelización y la catequesis, para la
formación de los agentes de pastoral en este sector y para la educación de una
madura responsabilidad de los usuarios y destinatarios de los mismos
instrumentos de la comunicación.
3. Los desafíos para la
nueva evangelización, en un mundo rico en potencialidad comunicativa como el
nuestro, son múltiples. Al tomar en cuenta esta realidad he querido subrayar,
en la Carta encíclica Redemptoris missio, que el mundo de la
comunicación es el primer areópago del tiempo moderno, capaz de unificar a la humanidad transformándola, como suele decirse, en “una
aldea global”. Los medios de comunicación social han alcanzado importancia
hasta el punto de que son para muchos el principal instrumento de guía e
inspiración para su comportamiento individual, familiar y social. Se trata de un problema complejo, ya que
tal cultura, antes que de “los contenidos”, nace del hecho mismo de la
existencia de nuevos modos de comunicar, dotados de técnicas y lenguajes
inéditos.
Vivimos en una época de
comunicación global, en que muchos momentos de la existencia humana se
articulan a través de procesos mediáticos o por lo menos deben confrontarse con
ellos. Me limito a recordar la formación de la personalidad y de la conciencia,
la interpretación y la estructuración de lazos afectivos, la articulación de
las fases educativas y formativas, la elaboración y la difusión de fenómenos
culturales, el desarrollo de la vida social, política y económica.
En una visión orgánica y correcta
del desarrollo del ser humano, los medios de comunicación pueden y deben
promover la justicia y la solidaridad, refiriendo los acontecimientos de modo
cuidadoso y verdadero, analizando completamente las situaciones y los
problemas, y dando voz a las diversas opiniones. Los criterios supremos de la
verdad y la justicia en el ejercicio maduro de la libertad y de la
responsabilidad, constituyen el horizonte dentro el cual se sitúa una auténtica
deontología en el aprovechamiento de los modernos y potentes medios de
comunicación social.
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