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Juan Pablo II
Carta apostólica a los responsables de las comunicaciones sociales

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  • III. Cambio de mentalidad y renovación pastoral
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III. Cambio de mentalidad y renovación pastoral

7. En los medios de comunicación la Iglesia encuentra un apoyo excelente para difundir el Evangelio y los valores religiosos, para promover el diálogo y la cooperación ecuménica e interreligiosa, así como para defender aquellos sólidos principios indispensables para la construcción de una sociedad respetuosa de la dignidad de la persona humana y atenta al bien común. Asimismo la Iglesia los emplea con gusto para la propia información y para dilatar los confines de la evangelización, de la catequesis y de la formación, en la conciencia de que su utilización da respuesta al mandato del Señor: Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación (Mc 16, 15).

Misión ciertamente no fácil en nuestra época, en la cual se ha difundido en muchos la convicción de que el tiempo de las certezas ha pasado irremediablemente: el hombre debería aprender a vivir en un horizonte de total ausencia de sentido, en busca de lo provisorio y de lo fugaz4. En este contexto, los instrumentos de comunicación pueden ser usados “para proclamar el Evangelio o para reducirlo al silencio en los corazones de los hombres5. Esto representa un serio reto para los creyentes, sobre todo para los padres, familias y para cuantos son responsables de la formación de la infancia y de la juventud. Es oportuno que, con prudencia y sabiduría pastoral, se fomente en las comunidades eclesiales la dedicación al trabajo en el campo de la comunicación, y así contar con profesionales capaces de un diálogo eficaz con el vasto mundo mediático.

8Valorizar los medios de comunicación no es sólo tarea de “entendidos” del sector, sino también de toda la comunidad eclesial. Si, como se ha dicho antes, las comunicaciones sociales comprenden todos los ámbitos de la expresión de la fe, es la vida cristiana en conjunto la que debe tener en cuenta la cultura mediática en la que vivimos: desde la liturgia, suprema y fundamental expresión de la comunicación con Dios y con los hermanos, a la catequesis que no puede prescindir del hecho de dirigirse a sujetos influenciados por el lenguaje y la cultura contemporáneos.

El fenómeno actual de las comunicaciones sociales impulsa a la Iglesia a una suerte de “conversiónpastoral y cultural para estar en grado de afrontar de manera adecuada el cambio de época que estamos viviendo. De esta exigencia se deben hacer intérpretes, sobre todo, los Pastores: es importante trabajar para que el anuncio del Evangelio se haga de modo incisivo, que estimule la escucha y favorezca la acogida6. En sintonía con los Pastores deben obrar todos los organismos de consejo y de coordinación de modo que, en su campo específico, se identifiquen las líneas pastorales más adecuadas para una eficaz acción misionera. Las personas consagradas, según su propio carisma, tienen una especial responsabilidad en este campo de las comunicaciones sociales. Una vez formadas espiritual y profesionalmente, “presten de buen grado sus servicios, según las oportunidades pastorales [...] para que se eviten, de una parte, los daños provocados por un uso adulterado de los medios y, de otra, se promueva una mejor calidad de las transmisiones, con mensajes respetuosos de la ley moral y ricos en valores humanos y cristianos.”7.

9. Al tener precisamente en cuenta la importancia de los medios de comunicación, hace ya quince años que juzgué insuficiente dejarlos a la iniciativa individual o de grupos pequeños y sugerí que se insertaran con claridad en la programación pastoral8. Las nuevas tecnologías, en especial, crean nuevas oportunidades para una comunicación entendida como servicio al gobierno pastoral y a la organización de las diversas tareas de la comunidad cristiana. Piénsese, por ejemplo, en Intenet: no sólo proporciona recursos para una mayor información, sino que también habitúa a las personas a una comunicación interactiva9. Muchos cristianos ya están usando este nuevo instrumento de modo creativo, explorando las potencialidades para la evangelización, para la educación, para la comunicación interna, para la administración y el gobierno. Junto a Internet se van utilizando nuevos medios y verificando nuevas formas de utilizar los instrumentos tradicionales. Los periódicos, las revistas, las  publicaciones varias, la televisión y la radio católicos siguen siendo, todavía hoy, indispensables en el panorama completo de las comunicaciones eclesiales.

Los contenidos –que, naturalmente, se deben adaptar a las necesidades de los diversos grupos-, tendrán siempre por objeto hacer a las personas conscientes de la dimensión ética y moral de la información10. Del mismo modo, es importante garantizar la formación y la atención pastoral de los profesionales de la comunicación. Con frecuencia estas personas se encuentran ante presiones particulares y dilemas éticos que emergen del trabajo cotidiano; muchos de ellos “están sinceramente deseosos de saber y de practicar lo que es justo en el campo ético y moral” y esperan de la Iglesia orientación y apoyo11.




4 Cf. Juan Pablo II, Carta encíclica Fides et ratio (14 de septiembre de 1998), 91: AAS 91 (1999), 7677.



5 Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales, Instrucción pastoral Ætatis novæ (22 de febrero de 1992), 4: AAS 84 (1992), 450.



6 Cfr Juan Pablo II, Exhort. Ap. Post-sinodal, Pastores gregis, 30: LOsservatore Romano, 17 octubre 2003, p.6.



7 Juan Pablo II, Exhort. Ap. Post-sinodal, Vita consecrata (25 marzo 1996), 99: AAS 88 (1996), 476.



8 Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio (7 diciembre 1990), 37: AAS 83 (1991), 282-286.



9 Cf. Pont. Consejo para las Comunicaciones Sociales, La Iglesia e Internet (22 febrero 2002), 6: Ciudad del Vaticano, 2002, pp.13-15.



10 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Inter mirifica, 15-16; Pont. Comisión para los Comunicaciones Sociales, Inst. pastoral Communio et progressio (23 mayo 1971), 107: AAS 63 (1971) 631-632; Pont. Consejo para las Comunicaciones Sociales, inst. pastoral Ætatis novæ(22 febrero 1992), 18: AAS 84 (1192), 460



11 Cf. Ibid., 19: l.c.






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