IV. Los medios de comunicación, encrucijada de las grandes cuestiones
sociales
10. La Iglesia,
que en razón del mensaje de salvación confiado por su Señor es maestra de
humanidad, siente el deber de ofrecer su propia contribución para una mejor
comprensión de las perspectivas y de las responsabilidades ligadas al actual
desarrollo de las comunicaciones sociales. Precisamente porque influyen sobre
la conciencia de los individuos, conforman la mentalidad y determinan la visión
de las cosas, es necesario insistir de manera clara y fuerte que los
instrumentos de la comunicación social constituyen un patrimonio que se debe
tutelar y promover. Es necesario que las comunicaciones sociales entren en un
cuadro de derechos y deberes orgánicamente estructurados, sea desde el punto de
vista de la formación y responsabilidad ética, cuanto de la referencia a las
leyes y a las competencias institucionales.
El positivo desarrollo de los medios de
comunicación al servicio del bien común es una responsabilidad de todos y de
cada uno12. Debido a los fuertes vínculos que los medios de
comunicación tienen con la economía, la política y la
cultura, es necesario un sistema de gestión que esté en grado de salvaguardar
la centralidad y la dignidad de la persona, el primado de la familia, célula
fundamental de la sociedad, y la correcta relación entre las diversas
instancias.
11. Se imponen
algunas decisiones que se pueden sintetizar en tres opciones fundamentales: formación,
participación, diálogo.
En primer lugar es necesaria una vasta obra formativa para
que los medios de comunicación sean conocidos y usados de manera consciente y
apropiada. Los nuevos
lenguajes introducidos por ellos modifican los procesos de aprendizaje y
la cualidad de las relaciones interpersonales, por lo cual, sin una adecuada
formación se corre el riesgo de que en vez de estar al servicio de las
personas, las instrumentalicen y las condicionen gravemente. Esto vale, de
manera especial, para los jóvenes que manifiestan una natural propensión a las
innovaciones tecnológicas y que, por eso mismo, tienen una mayor necesidad de
ser educados en el uso responsable y crítico de los medios de comunicación.
En segundo lugar, quisiera
dirigir la atención sobre el acceso a los medios de comunicación y sobre la
participación responsable en la gestión de los mismos. Si las comunicaciones
sociales son un bien destinado a toda la humanidad, se deben encontrar formas
siempre actualizadas para garantizar el pluralismo y para hacer posible una
verdadera participación de todos en su gestión, incluso a través de oportunas
medidas legislativas. Es necesario hacer crecer la cultura de la
corresponsabilidad.
Por último, no se debe olvidar
las grandes potencialidades que los medios de comunicación tienen para
favorecer el diálogo convirtiéndose en vehículos de conocimiento recíproco, de
solidaridad y de paz. Dichos medios constituyen un poderoso recurso positivo si
se ponen al servicio de la comprensión entre los pueblos y, en cambio, un
“arma” destructiva, si se usan para alimentar injusticias y conflictos. De
manera profética, mi predecesor el beato Juan XXIII, en la encíclica Pacem
in terris, había ya puesto en guardia a la humanidad sobre tales
potenciales riesgos13.
12. Suscita un
gran interés la reflexión sobre la participación “de la opinión pública en la
Iglesia” y “de la Iglesia en la opinión pública”. Mi predecesor Pío XII,
de feliz memoria, al encontrarse con los editores de
los periódicos católicos les decía que algo faltaría en vida de la Iglesia si
no existiese la opinión pública. Este mismo concepto ha sido confirmado en
otras circunstancias14, en el código de derecho canónico, bajo
determinadas condiciones, se reconoce el derecho a
expresar la propia opinión15. Si es cierto que las verdades de fe no están abiertas a interpretaciones
arbitrarias y el respeto por los derechos de los otros crea límites intrínsecos
a las expresiones de las propias valoraciones, no es menos cierto que existe en
otros campos, entre los católicos, un amplio espacio para el intercambio de
opiniones, en un diálogo respetuoso de la justicia y de la prudencia.
Tanto la comunicación en el seno
de la comunidad eclesial, como la de Iglesia con el mundo, exigen transparencia
y un modo nuevo de afrontar las cuestiones referentes al universo de los medios
de comunicación. Tal comunicación debe tender a
un diálogo constructivo para promover en la comunidad cristiana una opinión
pública rectamente informada y capaz de discernir. La Iglesia,
al igual que otras instituciones o grupos, tiene la necesidad y el
derecho de dar a conocer las propias actividades pero al mismo tiempo, cuando
sea necesario, debe poder garantizar una adecuada reserva, sin que ello
perjudique una comunicación puntual y suficiente de los hechos eclesiales. Es
éste uno de los campos donde se requiere una mayor
colaboración entre fieles laicos y pastores ya que, como subraya oportunamente
el Concilio, “de este trato familiar entre los laicos y pastores son de esperar
muchos bienes para la Iglesia, porque así se robustece en los seglares el
sentido de su propia responsabilidad, se fomenta el entusiasmo y se asocian con
mayor facilidad las fuerzas de los fieles a la obra de los pastores. Pues estos
últimos, ayudados por la experiencia de los laicos,
pueden juzgar con mayor precisión y aptitud tanto los asuntos espirituales como
los temporales, de suerte que la Iglesia entera, fortalecida por todos sus
miembros, pueda cumplir con mayor eficacia su misión en favor de la vida del
mundo”16.
V. Comunicar con la fuerza del Espíritu Santo
13. El gran reto para los
creyentes y para las personas de buena voluntad en nuestro tiempo es el de
mantener una comunicación verdadera y libre, que contribuya a consolidar el
progreso integral del mundo. A todos se les pide saber cultivar un atento
discernimiento y una constante vigilancia, madurando
una sana capacidad crítica ante la fuerza persuasiva de los medios de
comunicación.
También en este campo los
creyentes en Cristo saben que pueden contar con la ayuda del Espíritu Santo.
Ayuda aún más necesaria si se considera cuan grandes pueden ser las
dificultades intrínsecas a la comunicación, tanto a causa de las ideologías,
del deseo de ganancias y de poder, de las rivalidades y de los conflictos entre
individuos y grupos, como a causa de la fragilidad humana y de los males
sociales. Las modernas tecnologías hacen que crezca de manera
impresionante la velocidad, la cantidad y el alcance de la
comunicación, pero no favorecen del mismo modo el frágil intercambio entre
mente y mente, entre corazón y corazón, que debe caracterizar toda comunicación
al servicio de la solidaridad y del amor.
En la historia de la salvación Cristo se nos ha
presentado como “comunicador” del Padre: “Dios ... en estos últimos tiempos
nos ha hablado por medio del Hijo” (Heb 1,2). Él, Palabra eterna
hecha carne, al comunicarse, manifiesta siempre respeto hacia aquellos que le
escuchan, les enseña la comprensión de su situación y de sus necesidades,
impulsa a la compasión por sus sufrimientos y a la
firme resolución de decirles lo que tienen necesidad de escuchar, sin
imposiciones ni compromisos, engaño o manipulación. Jesús enseña que la
comunicación es un acto moral “El hombre bueno, del
buen tesoro saca cosas buenas; el hombre malo, del tesoro malo saca cosas
malas. Os digo que de toda
palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio. Porque
por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado” (Mt 12,35-37).
14. El apóstol
Pablo ofrece un claro mensaje también para cuantos están comprometidos en las
comunicaciones sociales -políticos, comunicadores profesionales, espectadores-:
“ Por lo tanto desechando la mentira, hablad con verdad cada cual con su
prójimo, pues somos miembros los unos de los otros. […] No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea
conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os
escuchan” (Ef 4,25.29).
A los operadores de la comunicación y especialmente a los creyentes que
trabajan en este importante ámbito de la sociedad, aplico la invitación
que desde el inicio de mi ministerio de Pastor de la Iglesia he querido lanzar
al mundo entero: “¡No tengáis miedo!”.
¡No tengáis miedo de las nuevas tecnologías!, ya
que están “entre las cosas maravillosas” –“Inter mirifica”– que Dios ha
puesto a nuestra disposición para descubrir, usar, dar a conocer la verdad;
también la verdad sobre nuestra dignidad y sobre nuestro destino de hijos
suyos, herederos del Reino eterno.
¡No tengáis miedo de la oposición del mundo! Jesús
nos ha asegurado “Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
¡No tengáis miedo de vuestra debilidad y de vuestra incapacidad! El divino
Maestro ha dicho: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo” (Mt 28,20). Comunicad el mensaje de esperanza, de gracia y de
amor de Cristo, manteniendo siempre viva, en este mundo que pasa, la
perspectiva eterna del cielo, perspectiva que ningún medio de comunicación
podrá alcanzar directamente: “Lo que ni el ojo vio,
ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los
que le aman. ” (1Cor 2,9).
A María, que nos ha dado el Verbo de vida y ha
conservado en su corazón las palabras que no perecen, encomiendo el camino de
la Iglesia en el mundo de hoy. Que la Virgen Santa nos ayude a comunicar, con
todos lo medios, la belleza y la alegría de la vida en
Cristo nuestro Salvador.
Desde el Vaticano, 24 de enero de 2005, memoria de san
Francisco de Sales, patrono de los periodistas.
IOANNES PAULUS II
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