4. Mi pontificado
inicia, de manera particularmente significativa, mientras la Iglesia vive el
Año especial dedicado a la Eucaristía. ¿Cómo no percibir en esta coincidencia
providencial un elemento que debe caracterizar el ministerio al que he sido
llamado? La Eucaristía, corazón de la vida cristiana y manantial de la misión
evangelizadora de la Iglesia, no puede menos de constituir siempre el centro y
la fuente del servicio petrino que me ha sido confiado.
La Eucaristía hace presente constantemente a Cristo resucitado, que se sigue
entregando a nosotros, llamándonos a participar en la mesa de su Cuerpo y su
Sangre. De la comunión plena con él brota cada uno de los elementos de la vida
de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el
compromiso de anuncio y de testimonio del Evangelio, y el ardor de la caridad
hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños.
Por tanto, en este año se deberá celebrar de un modo singular la solemnidad del
Corpus Christi. Además, en agosto, la Eucaristía será el centro de la Jornada
mundial de la juventud en Colonia y, en octubre, de la Asamblea ordinaria del
Sínodo de los obispos, cuyo tema será: "La Eucaristía, fuente y
cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia". Pido a todos que en los
próximos meses intensifiquen su amor y su devoción a Jesús Eucaristía y que
expresen con valentía y claridad su fe en la presencia real del Señor, sobre
todo con celebraciones solemnes y correctas.
Se lo pido de manera especial a los sacerdotes, en los que pienso en este
momento con gran afecto. El sacerdocio ministerial nació en el Cenáculo, junto
con la Eucaristía, como tantas veces subrayó mi venerado predecesor Juan Pablo
II. "La existencia sacerdotal ha de tener, por un título especial,
"forma eucarística"", escribió en su última Carta con
ocasión del Jueves santo (n. 1). A este objetivo contribuye mucho, ante todo,
la devota celebración diaria del sacrificio eucarístico, centro de la vida y de
la misión de todo sacerdote.