5. Alimentados y
sostenidos por la Eucaristía, los católicos no pueden menos de sentirse
impulsados a la plena unidad que Cristo deseó tan ardientemente en el Cenáculo.
El Sucesor de Pedro sabe que tiene que hacerse cargo de modo muy particular de
este supremo deseo del divino Maestro, pues a él se le ha confiado la misión de
confirmar a los hermanos (cf. Lc 22, 32).
Por tanto, con plena conciencia, al inicio de su ministerio en la Iglesia de
Roma que Pedro regó con su sangre, su actual Sucesor asume como compromiso
prioritario trabajar con el máximo empeño en el restablecimiento de la unidad
plena y visible de todos los discípulos de Cristo. Esta es su voluntad y este
es su apremiante deber. Es consciente de que para ello no bastan las
manifestaciones de buenos sentimientos. Hacen falta gestos concretos que
penetren en los espíritus y sacudan las conciencias, impulsando a cada uno a la
conversión interior, que es el fundamento de todo progreso en el camino del
ecumenismo.
El diálogo teológico es muy necesario. También es indispensable investigar las
causas históricas de algunas decisiones tomadas en el pasado. Pero lo más
urgente es la "purificación de la memoria", tantas veces recordada
por Juan Pablo II, la única que puede disponer los espíritus para acoger la
verdad plena de Cristo. Ante él, juez supremo de todo ser vivo, debe ponerse
cada uno, consciente de que un día deberá rendirle cuentas de lo que ha hecho u
omitido por el gran bien de la unidad plena y visible de todos sus discípulos.
El actual Sucesor de Pedro se deja interpelar en primera persona por esa
exigencia y está dispuesto a hacer todo lo posible para promover la causa
prioritaria del ecumenismo. Siguiendo las huellas de sus predecesores, está
plenamente decidido a impulsar toda iniciativa que pueda parecer oportuna para
fomentar los contactos y el entendimiento con los representantes de las
diferentes Iglesias y comunidades eclesiales. Más aún, a ellos les dirige,
también en esta ocasión, el saludo más cordial en Cristo, único Señor de todos.