En particular hoy, con la liturgia, nos detenemos a meditar
en el misterio de la Visitación de la Virgen a santa Isabel. María, llevando en
su seno a Jesús recién concebido, va a casa de su anciana prima Isabel, a la
que todos consideraban estéril y que, en cambio, había llegado al sexto mes de
una gestación donada por Dios (cf. Lc 1, 36). Es una muchacha joven,
pero no tiene miedo, porque Dios está con ella, dentro de ella. En cierto modo,
podemos decir que su viaje fue -queremos recalcarlo en este Año de la
Eucaristía - la primera "procesión eucarística" de la historia.
María, sagrario vivo del Dios encarnado, es el Arca de la alianza, en la que el
Señor visitó y redimió a su pueblo. La presencia de Jesús la colma del Espíritu
Santo. Cuando entra en la casa de Isabel, su saludo rebosa de gracia:
Juan salta de alegría en el seno de su madre, como percibiendo la llegada de
Aquel a quien un día deberá anunciar a Israel. Exultan los hijos, exultan las
madres. Este encuentro, impregnado de la alegría del Espíritu, encuentra su
expresión en el cántico del Magníficat.