He venido a visitaros, y os saludo cordialmente a todos.
Saludo en particular al cardenal vicario, agradeciéndole las palabras que me ha
dirigido en vuestro nombre. Es hermoso poder encontrarme con vosotros en el
edificio donde prestáis diariamente vuestro servicio a la Iglesia, trabajando
en estrecha colaboración con los obispos del consejo episcopal. Las tareas que
se os han confiado, en las numerosas oficinas y en los tres tribunales en los
que se articula el Vicariato de Roma, son varias y diferenciadas, pero están
unidas por la participación en la misma misión de la Iglesia. Precisamente esta
misión única llama a cada uno a una profunda comunión, que tiene su centro en
Jesucristo, y exige de parte de todos una disponibilidad diaria a la
colaboración. De este modo, cada uno cumple con alegría la tarea que se le ha
encomendado para el bien de toda la comunidad diocesana.